El trabajador de una funeraria que está a unos metros de la escuela donde ocurrió la masacre en Uvalde, Texas, fue uno de los primeros que se cruzó en el camino del atacante Salvador Ramos.
Gilbert Limones recuerda que estuvo a unos metros de Ramos junto con otro compañero, Cody Briseno. Cuando Ramos estrelló la camioneta Ford tipo pickup de su abuela en una zanja de hormigón detrás de la escuela y frente a la funeraria, ellos se acercaron. Vieron a un hombre todo vestido de negro del lado del copiloto.
Cuando notaron que Ramos tenía un arma y comenzó a dispararles se alejaron. El atacante armado estaba a unos 46 metros (150 pies) de la funeraria disparando, pero de alguna forma falló y nadie resultó herido en ese lugar. Justo después el joven de 18 años se metió en la Escuela Primaria Robb y asesinó a 19 niños y sus dos maestras.
Limones está atormentado por una especie de culpa y frustración de no haber podido detener la matanza. Ha pasado horas llorando o rezando, a veces ambas cosas a la vez.
En ese momento solo llamó al 911 para avisar lo que acababa de pasar.
De trabajador de la funeraria a predicador para brindar aliento a familias en duelo
Como un mecanismo para mitigar su dolor Limones se ha dedicado la mayor parte de sus días a ayudar a preparar los entierros de las víctimas y a consolar a las familias destrozadas.
Además de ser asistente en la Funeraria Hillcrest Memorial, es predicador y con sus palabras trata de consolar a la comunidad y explicar un horror para el que no hay respuestas fáciles. Es también el pastor de la Casa El Shaddai, una pequeña iglesia situada a menos de 1,6 kilómetros (una milla) del lugar donde ocurrió la masacre.
La comunidad mayormente latina de 16,000 habitantes está triste, confundida y con las emociones a flor de piel casi dos semanas después de la masacre.
Satanás trajo confusión y dolor, dijo, pero los feligreses tienen una defensa. Les mostró la Biblia y los invitó a