Nací y me críe en Nicaragua. Cuando era solamente una niña, pude observar la integridad, la valentía y el amor de mi madre, Justina López de Cortez. Cuando por primera vez oí hablar de Jesús y de su gran amor tenía solamente 10 años de edad. Mi madre fue una mujer que amó a Jesús todos los días de su vida, nos enseñaba a sus hijos sobre el amor inmenso de Jesús, nunca nos mandaba a dormir sin antes hacer una oración de gracias al Señor por todo lo poco o mucho que nos había dado.
El día que acepté a Jesús como mi salvador personal madre me dijo: Si caminas con Él y nunca te apartas de Jesús, será tu amigo en todas las etapas de tu vida
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Las palabras de mi madre fueron proféticas pues hoy puedo decir que Jesús ha sido mi mejor amigo a través de todos estos años. Tomé el consejo de mi madre nunca me he ido lejos de mi amigo Jesús, en todo lo que hago o emprendo le pido su dirección, su aprobación, sus fuerzas y el conocimiento para poder seguir. Jesús ha sido real en mi vida.
En sobrevivimos un terremoto devastador en la ciudad de Managua. Aunque teníamos dinero, nada se podía comprar por la destrucción, pero milagrosamente Dios proveyó alimento para todos, a tal punto que mi madre cocinó para todos nuestros vecinos y todavía nos sobraba alimento.
Más tarde le pedí a Dios que me diera la oportunidad de salir de mi país pues la devastación fue casi total. Mi iglesia y mi escuela cayeron en el terremoto, muchos de mis amigos desaparecieron, casi todo lo que era importante para mi ya no estaba ahí. Allí pude ver la fe y optimismo de mi madre, pues siempre estaba pensando que los días venideros serían mejores.
Tal era su fe que cuando éramos niños en un país pobre, donde solamente teníamos lo suficiente para vivir, ella nos decía que algún día viajaríamos y viviríamos en Estados Unidos. Era como un sueño distante, pues en ese momento era difícil obtener una visa, sin embargo ella siempre creyó que Dios era más grande que todas las circunstancias.
Por lo menos diez años después de que ella siguiera creyéndole a Dios por este sueño, mi primera hermana viajó a Estados Unidos y luego mis padres y todos nosotros sus hijos llegamos a este país.
La fe de esta mujer fue tan grande que ni siquiera llegó con una visa, si no que le dieron su residencia a ella, a mi padre, y a mis dos hermanos menores antes de pisar suelo estadounidense, fue así como Dios abrió las puertas de Estados Unidos para mi y para toda mi familia, unos cuantos años antes de que estallara una atroz guerra.
Hace unos años perdí a mi madre. Aun ni la muerte la dominó pues el día que falleció estuvo cantando, orando, y hablando con todos sus hijos como que si hubiese sido un día de fiesta. Si usted ha experimentado la pérdida de un ser querido, sabe la soledad que se siente en ese momento, pero ahí me acordé de mi amigo Jesús y en medio de la confusión y la angustia le rogué su fuerza, su paz y su divina presencia para que yo pudiera reaccionar y mantener la serenidad en medio de esa tormenta. Recuerdo que Él me contestó inmediatamente, pues sentí una fuerza mayor que llegó a todo mi ser y de ahí en adelante pude enfrentar ese dolor y he mantenido la paz hasta el día de hoy.
Mi madre me enseñó que la vida tiene muchísimos retos pero que todos ellos se pueden superar cuando tenemos a Jesucristo en nuestros corazones y lo hacemos parte de nuestro diario vivir, lo que inevitablemente producirá amor, paciencia y bondad. Mientras lo tengamos a Él, habrá esperanza y podremos luchar hasta encontrar la respuesta a lo que buscamos.