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dos manos

Sabemos que el infortunio llega a todo ser viviente, algunas veces son problemas, a veces es la muerte. En ese momento queremos de todo corazón que Dios esté con nosotros, nos consuele, o nos quite de una vez por todas el dolor que sentimos.

Martha, María y Lázaro eran amigos íntimos de Jesús, en su casa el Señor pasaba horas comiendo y descansando cuando llegaba a la ciudad de Betania. Un día Lázaro se enfermó gravemente, sus hermanas que estaban a su lado, no se preocupaban pues confiaban en la amistad tan grande que ellas tenían con Jesús, sabían que Él caminaba por todas las aldeas, sanando los enfermos y haciendo muchos milagros entre el pueblo.

No nos preocupemos, se dijeron una a la otra mandemos un mensaje al Maestro para que sepa que su amigo está enfermo, sabemos que inmediatamente lo escuche, vendrá. Los días pasaron y Martha y María no oyeron nada de Jesús. La enfermedad avanzaba y finalmente Lázaro murió.

Martha y María lloraban sin consolación, llegó el día que sepultaron a su hermano y Jesús no llegó. Lo llevaron y lo pusieron en una cueva de una roca, como era la costumbre de su pueblo.

Cuatro días después que Lázaro había sido sepultado, se oyó que Jesús venía en dirección de su casa. Martha corrió a encontrarle quejándose: Señor si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerto. Martha, él va a resucitar, ¡no llores!, respondió Jesús. Claro Maestro, yo sé que un día resucitará, replicó.

María salió corriendo también y al llegar donde su amigo se postró y desconsoladamente decía ¡Señor!, si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerto, Jesús al verla llorar sin consuelo, se conmovió y lloró profundamente.

Llegaron a la cueva y Jesús mandó a que quitaran la piedra. Martha preocupada dijo Señor, ya hace cuatro días que le sepultamos, ya huele mal, pero Jesús contestó ¡Martha! ¿No te he dicho que si crees vas a ver la gloria de Dios?.

Entonces removieron la piedra; Jesús levantando su mirada al cielo dijo: Padre te doy gracias porque me oíste, Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea para que crean que tú me has enviado, y luego de decir esto, gritó con voz fuerte ¡Lázaro ven fuera!

Lázaro salió y así fue entregado a sus hermanas que ahora lloraban de alegría y felicidad.

Esta gran historia y milagro, nos enseña que cuando perdemos a un ser querido, o un problema no se resolvió, surge el pensamiento que Jesús no está con nosotros y eso provoca una profunda soledad, así como les sucedió a Martha y María. Pero nuestro amigo, el Maestro, Jesús no está tan lejos como creemos.

Seguramente nuestro ser querido no será levantado como Lázaro, pero si confiamos en el amor de nuestro amigo Jesús, algo maravilloso ocurrirá, pues la esperanza, el consuelo, y la paz que Él nos da, es como si la persona no se hubiese muerto, sino que vive en nuestro corazón y en nuestros pensamientos, es como si una resurrección diferente aparece dentro de nosotros y entonces viene un alivio tal que no lo podemos entender.

Si seguimos muy cerca al Maestro, su amor y su palabra traerán tranquilidad a nuestro corazón en medio de lo que estemos pasando, el problema no nos destruirá y la muerte no nos separará nunca del ser querido, pues vivirá en nuestra memoria por siempre.

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Por tres décadas ha servido en su ministerio pastoral y en la organización Jesus Ministry. Presidenta de la Federación de Iglesias Cristianas. Autora del libro: El encuentro que me transformó