A principios de este año, miles de menores no acompañados llegaron a la frontera entre Estados Unidos y México. Este fenómeno generó una nueva ola de debates sobre el sistema migratorio, pero la llegada de niños solos ocurre desde hace casi siete años. Un padre en Carolina del Norte tuvo que esperar varios meses mientras cuatro de sus hijos viajaban desde Guatemala hacia Charlotte.
“Mynor” vive en un vecindario de casas móviles en las afueras del norte de Winston Salem. Su tráiler gris está ubicado al final de la carretera. De allí sale al patio trasero para recibirnos.
No usamos su nombre completo para proteger la identidad de los menores, quienes tienen un caso pendiente de inmigración.
Niñas violadas por pandilleros
Mynor y su familia son originarios de Guatemala. Él ha vivido en Estados Unidos durante casi 16 años, pero sus hijos llegaron entre el 2014 y el 2015. Michelle, Sandy, Shirley y Jhanko viajaron solos desde su pueblo natal en Guatemala hasta la frontera entre Estados Unidos y México.
Fue en la primavera del 2014 que el padre de cinco decidió pagar por un “coyote”, o traficante de inmigrantes, para ayudar a los más jóvenes a cruzar. Dice que en ese entonces, traerlos al país de este modo fue su último recurso. Dos de sus hijas habían sido violadas por pandilleros y luego recibieron amenazas de muerte en su tierra natal.
“La mamá no tenía control sobre la situación y me llamó bastante preocupada”, dijo Mynor durante la entrevista. “Le dije: si no puedes controlarlo, me las traigo.”
Cuatro hermanos viajando por el desierto
Michelle, la mayor del grupo, tenía solo 16 años al marcharse de casa. Ella dice que viajar por Guatemala fue la parte más fácil. Lo difícil fue la cantidad de veces que la separaron de sus hermanos al llegar a México.
“Tenía que estar atenta de ellos tres”, dice la joven, quien ahora tiene 22 años. “Estaba siempre fijándome en donde estaban para que no se me perdieran”.
A lo largo de las dos semanas de su trayectoria, Mynor rara vez escuchó de ellos o de los coyotes. De hecho, no fue hasta que los dejaron cerca de la frontera que supo que sus hijos estaban a salvo.
“Ya cuando tenía que depositar (el pago) ellos dijeron que estaban aquí y que mañana los mandaban al otro lado (de la frontera)”, dijo Mynor.
Cerca del Río Grande, ya por su cuenta, los cuatro trataron de acomodarse dentro de una madriguera en el desierto para intentar dormir.
Sandy, ahora de 21 años, la hija del medio, dice que hacía demasiado frío en el desierto, así que siguieron caminando hasta que los agentes del Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza los encontraron.
En custodia de los agentes fronterizos
“Nos llevaron primero a ‘las hieleras’, como le dicen”, aseguró la joven. “Nos metieron en una celda con varias personas y estábamos con frío (porque) nos quitaron el suéter.”
Al día siguiente, agentes fronterizos llamaron a Mynor para decirle que sus hijos estaban a salvo y que permanecían bajo custodia en la frontera. Poco después fueron llevados a otro centro de inmigrantes, al cual Sandy llama “la perrera” debido a las cercas de alambre que formaban las celdas.
“Nos llevaron a ‘la perrera' y ahí estuvimos unas horas”, explica Sandy. “Ya luego nos llevaron al centro donde estuvimos por cinco meses”.
El centro estaba en Texas y es uno de los varios refugios para menores no acompañados que llegan por la frontera.
“Fue bastante largo el tiempo”, dice Mynor. “Me habían dicho que en una semana llegarían, pero fue mentira.”
No fue sino hasta marzo del 2015, cinco meses después de que sus hijos comenzaran su viaje, que Mynor recibió una llamada para recuperar a sus hijos en Charlotte. Él tuvo que pagar por sus vuelos y el pasaje aéreo de la azafata que los acompañó.
Sandy dice que su hermana mayor, Michelle, fue la única en reconocer a su padre en el aeropuerto. Hacía casi 10 años que no lo veían.
Inicia la batalla legal
Desde su llegada, datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza muestran que entre octubre del 2017 y abril del 2021, más de 238,000 menores no acompañados han sido encontrados por agentes fronterizos en la frontera suroeste.
El mayor número de estos menores no acompañados durante ese período llegó en el 2019, cuando había más de 80,000 de ellos. La segunda ola más grande ingresó a Estados Unidos este año, bajo la Administración de Joe Biden. Fueron alrededor de 51,000.
Ya reunidos con sus padres o tutores, tendrán que averiguar cómo mantenerlos en Estados Unidos.
En el caso de Mynor, buscó la ayuda del Centro de Defensa Legal de Charlotte.
Los niños recuerdan que en Guatemala su madre entraba y salía de sus vidas, y por ende quedaba Michelle o su hermana mayor, Leslie, a cargo de sus hermanos menores. Esa experiencia los califica para un estatus como jóvenes inmigrante especial (SIJS). Lo solicitaron con la ayuda de sus abogados del Centro. Si se les concede el SIJS, podrían obtener su tarjeta de residencia y convertirse en residentes permanentes legales.
Como residente, Michelle dice que iría a un instituto técnico para convertirse en electricista. Actualmente, trabaja con su papá en construcción. Shirley se acaba de graduar de la escuela secundaria y su sueño es convertirse en veterinaria. Sandy y Jhanko aún están indecisos sobre su vocación, pero ser residentes les permitiría trabajar y manejar legalmente.
A pesar de que el viaje de Guatemala a Charlotte fue largo, riesgoso y caro, tanto Mynor como sus hijos dicen que su decisión de traerlos a Estados Unidos probablemente les salvó la vida.
“Yo estoy consciente (ahora) del riesgo que corría o puedo seguir corriendo allá”, dice Sandy. “Pero sí estoy agradecida con mi papá porque nos trajo”.
Aun así, Mynor le advierte a cualquier padre que está planeando enviar a sus hijos a cruzar la frontera de pensarlo dos veces.