Es un miércoles por la tarde en el campo donde Abel Cruz, de 37 años, vive y trabaja cosechando tabaco en el condado de Wilson. Es el final de la jornada laboral, que normalmente va de 6:00 a.m. a 7:00 p.m., y el final de la semana laboral.
“Hoy fue para nosotros un sábado o un viernes, porque hoy cerramos”, dice Cruz. Está sentado en un banco, hecho con una tabla de madera y un par de piedras, fuera del dormitorio de los hombres, proporcionado por su empleador.
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Ha vivido en este edificio, con sus paredes de paneles de madera y su techo de metal corrugado, durante 15 temporadas de cosecha. En el interior, el grupo de 30 hombres, en su mayoría provenientes de México, duermen tres en cada habitación.
Cruz dice que hay poca privacidad. Pero ahora, por lo menos, hay aire acondicionado. Hace unos veranos, negociaron eso con el propietario de la granja, con la condición de que pagaran las unidades ellos mismos.
“Queríamos tener porque sí, el calor es muy feo y en la noche no duermes. Sudas y sudas”, dijo. “Uno tiene que trabajar y no descansas. Pero ya después, con el aire acondicionado, ya tienes una comodidad diferente. Llegas, te bañas, te refrescas, te relajas”.
Cruz es parte del programa H-2A, a través del cual el gobierno emite unas 370,000 visas temporales, en su mayoría a trabajadores temporales del campo provenientes de México, para trabajar en el sector agrícola en Estados Unidos. Carolina del Norte ocupa el quinto lugar a nivel nacional por el número de trabajadores con visas H-2A, con alrededor de 15,000 personas trabajando bajo el sol en campos de tabaco, algodón, soja y más. Miles de trabajadores más están indocumentados.

'El monstruo verde'
La rutina de Cruz después del trabajo es similar la mayoría de las noches: intentar conseguir un buen lugar en la fila para la ducha y sacar la acumulación de alquitrán y productos químicos antes de cenar. Cruz intenta tomar otra ducha durante la pausa del almuerzo, para que su comida no agarre el sabor amargo de la nicotina y su piel no forme ronchas.
“Yo en las tardes me debo de limpiar las narices porque las tengo negras, como si tuviera un tipo de goma en las narices por inhalar tanta nicotina”, dice. “Mi ropa se me hace tostada, tostada, tostada, como si fuera grasa. Toda la ropa se hace grasosa”.
Ha desarrollado una alta tolerancia a la nicotina y ya no se enferma como los nuevos trabajadores.
“Decimos que nos entabacamos, pero en realidad aquí lo conocen como el monstruo verde, que te pega el monstruo verde. Te da cuando está en la temperatura más alta. A las 10:00 de la mañana ya empiezas a sentirlo. Empiezas a escupir muy frecuente”, dice recordando sus primeros años en el trabajo.
“Sientes el olor que te penetra la nariz. No te sientes muy bien. Te dan náuseas. Sientes que te provoca náuseas y con eso, vas avanzando cada vez más hasta que llegues al punto que vomitas y vomitas y vomitas”.
Pero esta noche los hombres están de buen humor. El clima está fresco y algunos están sentados afuera, poniéndose al día y compartiendo unas bebidas.
Aunque esta noche, día de pago, parece viernes, mañana no parecerá sábado.
Cruz se despertará a las 4:45 a.m., como lo hace todos los días, para comenzar a trabajar a las 6:00 a.m.. Su labor es de siete días y aproximadamente 75 horas a la semana. Su única oportunidad de cobrar su sueldo y enviar dinero a casa será el domingo por la tarde.

"El domingo, ya después de que terminemos de cosechar, nos pagan y ya nos vamos un rato a hacer nuestras compras”, dijo. “Regresamos y volvemos ya para otro día otra vez".
Sin embargo, está ansioso por ganar horas, porque este es el dinero que pagará las cuotas escolares de sus hijos y los artículos costosos como un refrigerador nuevo para su familia.
Sacrificio de los trabajadores del campo
Cruz creció en un pueblo llamado Tamazunchale en la región de la Huasteca Potosina en el centro de México. Muchos, como él, hablan náhuatl, una lengua indígena. Es una zona montañosa sin muchas oportunidades laborales ni tierras cultivables.
Para salir adelante tuvo que buscar trabajo en otro lado. Para Cruz, los campos de tabaco de Carolina del Norte son el boleto hacia una vida mejor. Con los ingresos de la temporada de cosecha, ha podido comprar un terreno, construir una casa, comprar un automóvil y pagar la educación de sus hijos.
“Esa es la ganancia que uno tiene que lo haces en poco tiempo”, dijo. “Si yo no [hubiera venido] para acá, quizás todavía apenas anduviera afincando para hacer mi casa”.
Cuando vuelva a México, dice que puede ganar hasta $118 a la semana, si es capaz de conseguir un trabajo decente en la ciudad. En Carolina del Norte, gana casi 10 veces más, alrededor de $1,100, por una semana de 75 horas.
Los trabajadores del campo con visa H-2A en Carolina del Norte vienen un salario mínimo de $14.91 la hora. Pero no reciben beneficios como plan médico o contribuciones a pensiones. La única deducción del sueldo de Cruz es una cuota de afiliación al Farm Labor Organizing Committee, el sindicato destinado a representar a los trabajadores agrícolas de Carolina del Norte.
Los trabajadores del campo tienen poco o ningún control sobre su horario, sin importar cuán agotador sea el trabajo. A finales de esta semana, las temperaturas en el condado de Wilson podrían alcanzar un máximo de 100 grados F.
Cruz dice que eso podría significar llegar temprano del campo y, en cambio, pasar las tardes limpiando y secando tabaco.
Esa decisión dependerá de su empleador.
Esta historia fue producida mediante una colaboración entre WFAE y La Noticia. Puedes leerla en inglés en WFAE. This story is available in English on WFAE.