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Una migrante venezolana agradecida por la oportunidad que le dio el país para sacar adelante a su familia.

Seis de la mañana, bajo un cielo aún oscuro y un silencio tenebroso. Debía meter los pies al agua fría, muy fría, cubierta de algas que se enredaban a su paso entre piedras para llegar a suelo estadounidense.

Así recuerda una migrante venezolana su travesía para cruzar la frontera. Tiene que ver con el sueño americano, pero además con la necesidad de tener calidad de vida lejos de su tierra natal.

A sus 58 años de edad pesan los afectos de su grupo familiar que deja atrás, pero es mayor la intención de ayudarlos, en medio de una pandemia que les ha arrebatado comidas decentes a unos, salud a otros, calma y esperanza a todos, afortunadamente la vida a ninguno.

Se convirtió en una de las 192,001 personas que llegaron a la frontera durante el mes de septiembre con miras a pedir asilo. Y una de las 113,030 solteras que lo intentaron, según las cifras de la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras, CBP, por sus siglas en inglés.

En una entrevista para La Noticia pudimos conocer su historia. Por motivos de seguridad prefirió reservar su identidad. Es simplemente una inmigrante venezolana en busca de una oportunidad y que un día decidió cruzar la frontera a través del río, sin miedo y con fe, ayudada por traficantes de migrantes.

La motivación: tender una mano a los suyos

Su viaje lo hizo desde Panamá, adonde fue por mero placer y visita a uno de sus hijos y sus pequeñas nietas. Ni siquiera tenía la intención de irse a Estados Unidos, pero al ver más necesidades que soluciones en tiempos difíciles, se motivó al escuchar a otros familiares establecidos desde hace años en suelo estadounidense. 

"Mi motivación fue que conseguiría una oportunidad laboral. Me ofrecieron financiar el pago para trasladarme acá y me dijeron que aquí se conseguía trabajo con el cual podría mantenerme y ayudar a mi familia" (madre, hijos, nietos).

Esa ayuda, si decidía aventurarse, era suficiente para iniciar. De hecho, sabía que era mucho más de lo que muchos migrantes pueden tener para lanzarse a la aventura. Lo pensó en muchas ocasiones hasta que encontró más razones que miedos para intentarlo.

"Viendo que en mi país no iba a conseguir un empleo, entonces tomé la decisión de venirme para acá, para sentirme útil, para, digamos, reunir algo con qué contar a futuro. En resumen, tener calidad de vida".

Y no pudo negar que su decisión tuvo un apoyo adicional: anticipar que podría lograr su objetivo este año con menos obstáculos, debido a los nuevos cambios establecidos en la Casa Blanca.

Gracias al presidente Joe Biden, las nuevas políticas de manejo de migrantes en las fronteras son más flexibles respecto a las medidas impuestas por Donald Trump. Esto ha traído un inminente interés de migrantes tocando las puertas, llegando a superar máximos históricos.

Travesía por un frío y manso río cristalino

La migrante venezolana tomó un vuelo desde Panamá a México confiando en que sería posible sin contratiempos.

Al llegar a México no hubo preguntas difíciles de contestar ante las autoridades; más bien fue un proceso que parecía hilado desde allí que hacía fluir todas las otras etapas que le tocó experimentar.

Hizo un primer pago de $800 al salir de Migración. La recibió un hombre que la reconoció por su vestimenta, pues días antes debió enviar una foto con la ropa que llevaría puesta el día de su viaje. De esa manera, todos los involucrados en la cadena de su cruce ilegal podrían identificarla fácilmente. También le serviría a ella para reconocer a sus "ayudantes", pues la persona que le mostrara su propia foto sería la receptora del dinero en efectivo.

No había presentaciones formales, ni siquiera nombres, ni muchas explicaciones. Era un negocio encubierto, callado y lleno de dudas que parecía mejor no aclarar. Aun sin preguntar supo que la industria del tráfico de migrantes opera gracias al narcotráfico, o al menos eso mencionó uno de los "coyotes" con los que tuvo contacto.

Para los coyotes desde Ciudad Acuña el tráfico de migrantes es más sencillo que en otros pasos fronterizos. La razón es que allí opera un solo cartel que acepta un porcentaje de comisión, le contaron.

Boleto en mano y con la compañía y guía de aquel hombre llegó al punto de abordar el siguiente vuelo a Monterrey. Al llegar a esa ciudad la esperó otro señor de mediana edad que había perdido gran parte de su cabello. Fue su chofer durante cinco horas hasta ciudad Acuña, no sin antes pagar un adicional de $1,000 también en efectivo.

Recuerda muy poco de lo que había alrededor. Era de noche, casi madrugada, cuando llegaron a algo parecido a un hotel, donde una señora, a quien llamaban "La doña", le brindó una pequeña habitación para descansar unas pocas horas antes de comenzar el momento más expectante: cruzar el río.

"No se asuste, yo la guío y la apoyo"

Antes de las 6 de la mañana, como le prometieron, llamaron a la puerta. La subieron a una camioneta que la trasladó junto con otro migrante, proveniente de Cuba, a la orilla del río cuyo nombre no sabría identificar. "La doña" le dio una botella de agua que le fue de mucha ayuda en el camino.

"Dimos varias vueltas antes de bajarnos, no sé qué esperábamos o si tratábamos de despistar. Pero antes de salir del auto vi que le hacían como una seña con una luz del otro lado".

Al escuchar que ahí culminaba esa parte de la travesía, le indicaron que debía caminar por medio de lo que en principio pensó era un bosque, totalmente a oscuras y solitario. Realmente era el inicio del río Bravo, que según los coyotes, era el punto menos riesgoso para todas las partes. Allí un hombre joven de piel oscura le dijo:

"No se asuste, yo la guío y la apoyo".

Se refería a tomarla del brazo en todo el trayecto de unos 15 minutos caminando por el agua. Los resume en una combinación de sensaciones. 

"El agua era fría, eran las 6 de la mañana, aún parecía de noche. El agua cristalina me llegó hasta la cintura, cuando estaba en medio del río, no más. La corriente era suave. Como me advirtieron sentía las algas por los pies, pero más que eso algunas piedras".

Al salir del río entre la maleza se colaba una especie de "cueva" donde le dijeron que podía cambiarse de ropa si no quería continuar mojada por el agua del río, lo que decidió hacer, pues llevaba un pequeño bolso con ropa adicional, un celular que no se atrevió a usar para tomar fotos y sus documentos.

Todo lo demás quedó atrás. Pudo divisar ropa de todos los tamaños y colores, como de personas que van dejando de lado su pasado para encumbrarse a una nueva realidad que les brinde un futuro, al igual que ella.

"Ya usted está en suelo americano. Comience a caminar, salga a la carretera y vaya siempre por su derecha".

Desde ahí siguió con su desconocido compañero de travesía, el migrante cubano. Caminaron alrededor de un kilómetro, esperando que se encendieran los sensores de patrullaje fronterizo ante el rápido movimiento de los pasos que debían llevar. Al menos eso le advirtieron, pero dice que eso nunca ocurrió.

Caminó siempre por su derecha como le indicaron. Y recuerda que a medida que empezaba a caminar el aire se sentía diferente. Era un olor a naturaleza que combinaba en perfecta armonía con el canto mañanero de los pájaros, así como venados y cachicamos (armadillos) que se cruzaron en el trayecto. Respiró un nuevo aire.

De pronto el sol comenzó a sentirse incandescente, hasta inclemente mientras avanzaba en el recorrido. Pero al llegar a un portón no había sol ni calor que le robara la felicidad.

La bienvenida a Estados Unidos

La frase que más recuerda luego de entregarse en el puesto fronterizo fue "Bienvenida a Estados Unidos". Sin visa americana y con su pasaporte venezolano, que en muchos países miran con rechazo, lo había logrado.

Se sumó a otro grupo de personas. Los dividieron dando prioridad a las mujeres embarazadas, familias con niños, y finalmente hombres y mujeres solteros. En ese primer encuentro quedaron registradas sus huellas digitales y fotografía. 

En un día y medio recorrió tres puntos de control hasta llegar a un centro de detención. De todos destaca la amabilidad, generosidad y humanidad con la que la trataron a ella y a todos los que estaban en su misma situación, muchos de ellos, dijo, haitianos y cubanos. 

En el último centro de detención

"Teníamos colchoneta, baño, nos daban un cepillo de dientes con crema dental. También nos dieron una sabanita para cubrirnos del frío. Incluso nos dieron ropa íntima para cambiarnos y toallas sanitarias a quienes las necesitaran. Tuvimos una doctora pendiente de nuestro estado de salud. Hubo buen trato en todo momento. Buena atención, buena comida, no hubo humillación ni maltrato, más bien palabras de bienvenida. Había forma de cubrir las necesidades básicas, era limpio y espacioso".

También relató que:

"En ese momento estábamos unas 14 mujeres. Nos habían colocado un brazalete que parecía de un lote, pues todos teníamos el mismo número. Estimo que el 70 % eran de Haití; un 20 % de Cuba y apenas un 10 % de Venezuela".

Sin miedo creíble, pero con fe y confianza

Ella iba preparada, pero misteriosamente y como cosa del destino, las autoridades no le consultaron lo que para la mayoría es el primer filtro, conocido como el “miedo creíble”. Se trata de narrar una situación de peligro que le hizo temer quedarse en su país y probar suerte en Estados Unidos.

Tal vez no preguntaron por lo obvio que parece la situación de los venezolanos, dice. Los que emigran tienen historias similares. Los abruma la crisis política evidenciada por persecuciones y una dictadura disfrazada de democracia, el deterioro social desbordante en inseguridad y el control de parte de grupos armados; y la económica que abrasa entre apagones, escasez de alimentos y medicinas o una hiperinflación que no les permite asegurar una y mucho menos tres comidas al día. Habría que sumar también una crisis sanitaria llevada al extremo por la pandemia del coronavirus.

A esta inmigrante en su lugar solo le consultaron los datos completos del familiar que la recibiría, le indicaron una fecha de audiencia en Houston y le recomendaron "acatar las normas" y "aprovechar esta oportunidad".

Con esas palabras le dieron salida para encontrarse con su familia. Y ahora esas son sus premisas para reiniciar una vida en Estados Unidos hasta que le sea posible. 

Las historias de fracasos, riesgos de abuso, peligros en el camino cuyas condiciones podrían ser implacables se disiparon con la esperanza y su fe inquebrantables.

"No tuve miedo en ningún momento, siempre confié en que todo me iba a salir bien y así fue".

Solo tres días y medio pasaron antes de que pudiera reunirse con sus familiares en Dallas, Texas. Alejándose de ser una de los 102,673 inmigrantes que fueron devueltos en septiembre bajo la norma fronteriza de salud conocida como "Título 42".

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Objetivo cumplido, pero con cicatrices

La venezolana nos contó que en menos de dos semanas comenzó a laborar en una tienda donde están al tanto de su estatus. Cobra $13.50 por hora y su principal anhelo empieza a cumplirse, pues finalmente después de muchos años puede ahorrar.  

"Me gustaría regresar a Venezuela, sí… no todavía… no con el régimen actual. Y quiero volver porque claro, allá está parte de mi hogar y mi familia. Solo le pido a Dios volver a abrazarlos", dijo mientras su voz se quebraba y los ojos se llenaban de lágrimas.

Esta inmigrante de 58 años en busca de asilo asegura no puede abrazar las tristezas y mirar las cicatrices que le dejan las despedidas, sino continuar.

Agrega que tampoco puede ser ingrata con la efectividad de su proceso, aun así su voz se quebró al asegurar:

"El precio que se paga en dólares es nada en comparación con dejar a la familia. Esa parte es dolorosa y fuerte. Pero tengo la esperanza de poder trabajar durante mucho tiempo y ayudar a mi familia, tanto los que están en Venezuela como los que están en Panamá".

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Lic. en Comunicación Social. MBA en Mercadeo. CEO de Link BTL. Disfruto de leer y escribir. Soy madre y esposa agradecida con la vida. jgimenez@lanoticia.com