El hombre se prepara como de costumbre para el viaje. Mientras acomoda su escaso equipaje, recuerda su infancia en el barrio porteño de Flores. Sus padres, inmigrantes italianos, están presentes en sus rezos silenciosos. Su semblante jovial sigue intacto. Con él viaja su historia. Sin que lo sepa aún, nunca regresaría.
En marzo del 2013, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, fue proclamado Sumo Pontífice en Roma, convirtiéndose en el Papa Francisco, el primer latinoamericano y el primer jesuita. Su pontificado de doce años se interrumpió en el mismísimo Domingo de Pascua del 2025.
Convirtió sus viajes en una herramienta de evangelización y mensaje
Cuando asumió, Francisco se encontró con una Iglesia golpeada por escándalos de abusos sexuales y financieros, una institución cada vez más alejada de los grandes desafíos del siglo XXI. Consciente de la magnitud del desafío, siguió la tradición de sus predecesores desde la Segunda Posguerra —especialmente Juan Pablo II— y convirtió sus viajes en una herramienta de evangelización y mensaje.
Su primer viaje no fue a un gran centro de poder católico, sino a la pequeña isla italiana de Lampedusa. Allí rezó por los migrantes y arrojó flores al mar en homenaje a quienes se habían ahogado intentando cruzar el Mediterráneo. Años después visitó la isla griega de Lesbos, apoyando a los miles de refugiados que esperaban asilo. En 2015, en plena crisis migratoria, urgió a que cada parroquia católica acogiera a una familia de refugiados, logrando que su pedido encontrara eco incluso en lugares tan remotos como Australia. Su defensa de los migrantes fue firme: en 2016, frente a 200,000 personas en Ciudad Juárez, pidió compasión hacia los inmigrantes y clamó: “Hagan puentes, no muros”.
Su primer viaje fuera de Italia no fue a ningún país europeo, sino a Brasil. En Río animó a los jóvenes a “hacer lío”. Su primer destino europeo tampoco fue tradicional: eligió Albania como símbolo de convivencia entre musulmanes, ortodoxos y católicos. A lo largo de su pontificado, impulsó el diálogo interreligioso con visitas a países ortodoxos, protestantes y musulmanes, siendo el primer Papa en pisar la península arábiga.
En sus viajes, Francisco pidió perdón por los pecados de la Iglesia, en especial ante representantes de pueblos originarios en Canadá, México, Perú y Bolivia. A diferencia de otros Papas, no temía reconocer errores propios: en Chile, inicialmente desestimó acusaciones de abuso contra un sacerdote, pero luego se retractó y reabrió el caso en el Vaticano. Mostró una empatía constante hacia el sufrimiento humano: visitó memoriales del Holocausto, el gueto de Vilna y lugares de la represión soviética en Lituania. En Polonia, oró en silencio en Auschwitz.
También buscó tender puentes en zonas de conflicto: en 2014 visitó Jordania, Israel y Palestina en un mismo viaje. En 2015, hizo un puente aéreo entre Santiago de Cuba y Washington. En 2016 viajó a Colombia para apoyar los acuerdos de paz. Hasta los últimos días de su vida mantuvo contacto con la única parroquia católica en Gaza, pidiendo por el cese del fuego y reuniéndose con las familias de los rehenes israelíes tras los ataques de Hamas en 2023.
Cambió el eje de la agenda de la Iglesia
Desde el mismo momento de su elección, Francisco despertó críticas. Peronistas argentinos, progresistas chilenos, conservadores estadounidenses y nacionalistas israelíes encontraron motivos para atacarlo. Se lo acusó, en distintos momentos, de ser demasiado liberal o de no ser lo suficientemente revolucionario. ¿Quién fue Francisco?
Francisco fue un Papa de gestos y símbolos. Visitaba cada año la principal prisión de Roma y lavaba los pies de las presas. Eligió ser sepultado en una pequeña habitación de la iglesia de Santa María, y no en la grandiosa basílica de San Pedro, como sus predecesores. Su formación jesuita explica esta centralidad de lo simbólico: Ignacio de Loyola, fundador de la orden, fue el primer católico en entender el poder de lo visual como parte de la evangelización. Francisco, como jesuita, hizo de su papado una experiencia visual.
Fue, además, un Papa argentino. Nunca renunció a su identidad rioplatense: el mate, el dulce de leche, el fútbol, y, sobre todo, su desconfianza hacia las instituciones y la ostentación. Cenaba en la cafetería común del Vaticano, sin mayordomos ni cortesanos. Francisco nunca dejó de ser Jorge. Fue un cruce entre el jesuita riguroso y el argentino de barrio, espontáneo y desconfiado de las formas.
Continuó el debate sobre el rol de la Iglesia en el mundo moderno abierto en el Concilio Vaticano II y profundizado en la Conferencia de Medellín en 1968. Permitió avances como la apertura hacia los católicos divorciados y la aceptación de las personas LGBTQ, inmortalizada en su frase: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Cambió el eje de la agenda de la Iglesia: dejó en segundo plano debates sobre moral sexual para centrar la atención en la pobreza, el medio ambiente y la dignidad de los migrantes y refugiados.
El Papa Francisco fue difícil de encasillar
Francisco lideró una transformación silenciosa. No cambió la doctrina ni las estructuras, pero alteró profundamente el tono y el enfoque del catolicismo global. Retomó la justicia social de la Iglesia como centro del mensaje. Escuchó a los otros, entendiendo que todos tienen historias que merecen ser oídas. Abrió la Iglesia hasta donde pudo sin fracturarla. Denunció los abusos del capitalismo financiero y los daños de la crisis climática.
Francisco fue difícil de encasillar. No respondía a los moldes del sistema político estadounidense ni al argentino. Esto explica en parte su decisión de no regresar a su país. Lo sentía demasiado dividido. Se puede comprender su legado a través de pares antagónicos: más inmigración que exclusión, más diálogo que confrontación, más reconciliación que separación, más todos que pocos.
El rechazo que sufrió de los sectores conservadores terminó por radicalizar su mensaje. En contraparte, muchos progresistas se decepcionaron al ver que no cumplía todas sus expectativas. Pero en un mundo que se cierra sobre sí mismo, afirmar que el Reino de Dios es un lugar abierto para todos es un acto revolucionario. El contexto global, a él que tanto le gustaban los símbolos, lo convirtió a él mismo en uno. Finalmente, fue él quien vino a hacer lío.