En las últimas décadas la población mundial llegó a un número jamás visto en la historia: más de siete mil millones de personas. Al ver este crecimiento podríamos suponer que casi nadie podría sentirse solo, pues siempre hay alguna persona cerca. Paradógicamente en pleno el siglo XXI, con más gente alrededor, con innovadoras maneras de comunicarnos con otros en cualquier lugar del mundo, cada vez más personas padecen de soledad, al punto que se está convirtiendo en una pandemia.
Cabe aclarar que no todala soledad es mala. Muchas veces es importante pasar tiempo con uno mismo, en mi caso a mí me gusta tomar horas y a veces días que deseo estar sola, no porque esté deprimida, sino para tener un poco de tiempo de descanso y relajamiento, sin embargo después que ya me siento descansada, vuelvo a la rutina del trabajo y al refugio de mi familia.
Unos días atrás había estado sumamente ocupada con mi familia, la iglesia, la comunidad y otras situaciones que se presentaron; me senté por un momento y queriendo estar sola, me vino el pensamiento de cuando estuve en la playa, y me remontaba a momentos cuando he estado sentada frente al mar, tomándome una agüita bien fría. Oía el ruido del mar en mi mente y el ruido de la gente, a lo lejos oía niños jugando y riendo, también oía el ruido de las lanchas y el sonido de las gaviotas pidiendo comida alrededor, fue para mí casi un momento de éxtasis, pues casi me veía ahí en ese lugar de tranquilidad, luego sonó el teléfono y me di cuenta que seguía en mi oficina.
Estos momentos pueden ser constructivos, pero ¿qué sucede cuando la soledad es prolongada?, o peor aún ¿qué sucede cuando la soledad es interior?
He encontrado que este tipo de soledad se convierte en un remolino de depresión. Una vez que hay depresión las personas tienden a querer estar solas y que nadie las moleste o les hable, no quieren saber nada del exterior. Tienen un constante pensamiento de angustia, de dolor, culpa, tristeza y el abandono se apodera de su corazón.
Es de suma importancia reconocer esos síntomas y no quedarse ahí, sino hablar con alguien de confianza sobre lo que está sintiendo y buscar ayuda.
He dicho siempre que todo problema tiene solución, aun la pérdida de un ser querido, que es lo que más nos puede afectar emocionalmente. Solo tenemos que darle tiempo al tiempo y aprender a vivir sin esa persona que tanto amamos. La soledad y la tristeza de la muerte de alguien se va tolerando al paso del tiempo, hay que ser pacientes, pues la tristeza muy prolongada se convertirá en una soledad permanente en su vida.
A las personas que se sientan solas y deprimidas les recomiendo que busquen ayuda entre sus amigos. Digo amigos porque muchas veces aun la familia no siempre entiende la situación emocional de una persona con soledad.
Busque guía con su pastor o líder espiritual que lo acerque a Dios, nunca opte por ver a brujos en su soledad porque se estará exponiendo a estafas o mayores complicaciones en su vida.
Finalmente si no sabe de dónde viene este sentimiento de soledad busque a un doctor y dígale de su situación.
Nunca se olvide que el doctor de doctores es Jesucristo, hable con Él a través de la oración. Al acercarse a Él puede recibir sanidad y tranquilidad en su corazón, asista a la casa de Dios y junto a los que están allí, ore, cante y alégrese en la presencia del único que le ama más de lo que usted cree y nunca le abandonará.