En el fútbol existe una famosa frase que dice: “jugamos como nunca, pero perdimos como siempre”. Esto parece encapsular el último intento de reforma migratoria: Estuvimos tan cerca de que se apruebe, pero al final no pasó nada en este año. ¿Qué pasó? ¿Quién es el responsable? ¿Qué podemos aprender?
Está ampliamente documentado el invaluable aporte de los inmigrantes indocumentados en favor del país. Justamente en la pandemia pudimos dar fe de cuan importantes son estos trabajadores esenciales. Adicionalmente, el dar la ciudadanía a millones de indocumentados es un tema ampliamente apoyado por los votantes estadounidenses en general. Entonces ¿por qué fracasó la reforma migratoria este año?
Esta imposibilidad parece estar ligada a dos grandes problemas: la asfixiante disfunción de nuestras instituciones democráticas y la peligrosa polarización política en la que estamos.
Un sistema disfuncional
Por cuatro décadas millones de inmigrantes indocumentados y sus familias han esperado por una ansiada y esquiva reforma migratoria. Este tortuoso ciclo de la esperanza a la decepción casi siempre tiene los mismo tres pasos: Primero, cada año electoral los políticos prometen que este sí será el año de la reforma pero, cada siguiente año, todas esas nobles ofertas se marchitan con excusas que llevan a la inacción.
En el 2008 la excusa para no tener reforma migratoria fue la emergencia de la Gran Recesión y el impulso de la reforma de salud. En el 2021 la excusa fue la emergencia de la pandemia del COVID-19 y el impulso de la ley de infraestructura.
El segundo paso es el aparecimiento de soluciones parche, es decir, se emiten políticas internas que protegen a ciertos inmigrantes y aplacan el descontento de los activistas, pero luego llegan las cortes y paulatinamente las bloquean. Eso está pasando con DACA, por ejemplo.
La última etapa en este círculo vicioso consiste en ver nuevamente a estos políticos pedir el voto a los latinos, prometiendo que si llegan al poder impulsarán la reforma migratoria.
Peligrosa polarización política
Después de la pesadilla migratoria que significó el gobierno de Donald Trump, muchos vieron con esperanza el 2021 tras la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca y de los demócratas al control del Congreso.
En sus primeros días en el gobierno Biden presentó un marco legal para elaborar una reforma migratoria, pero pronto este tema pasó a segundo plano.
Con el paso de los meses y tras la presión de varios grupos proinmigrantes el Congreso incluyó cambios a las leyes de inmigración, pero no como una legislación aparte sino dentro de un paquete presupuestario. ¿Por qué hicieron esto? Porque los demócratas no querían negociar con los republicanos.
Usando el sistema conocido como “conciliación presupuestaria” querían evitar la oposición del bando contrario. El problema es que la reforma migratoria no es un asunto solamente de presupuesto, es un tema político y social. Tres veces fue rechazado por la abogada del Senado, la parlamentaria.
Los senadores demócratas tienen la potestad de ignorar el criterio de la parlamentaria y presentar la reforma migratoria. El problema es que no todos creen en este proyecto. El 19 de diciembre el senador demócrata Joe Manchin, de West Virginia, dijo que no apoya la ley de gasto social (en donde está la reforma migratoria). Los demócratas no pueden aprobar esta ley sin su voto.
¿Qué sigue con la reforma migratoria?
Los políticos comenzarán a hacer lo que mejor saben y se echarán mutuamente la culpa para luego pedir nuestro voto.
El 2022 es un año electoral, debemos romper con este círculo vicioso de promesas incumplidas. Los votantes latinos no podemos darnos el lujo de no participar en estas próximas elecciones, está en nuestras manos compensar a nuestros aliados y sacar del puesto a quienes solo juegan con la esperanza de la comunidad.