Imagine un lugar en donde la libertad individual está por encima del deber social, un país cuyo líder (en plena pandemia) se oponga a la implementación de restricciones como el uso de mascarillas, distanciamiento social o vacunas. Este gobierno existe, se trata de Brasil. ¿Cómo le han funcionado estas prácticas?
Desde el inicio de la pandemia el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, se ha convertido en una figura admirada por los defensores a ultranza de la libertad individual.
Al principio de la pandemia el mandatario minimizó al COVID-19, luego fue muy vocal en manifestar su oposición a que se tomen restricciones de seguridad. Todo esto bajo la premisa de que las medidas para quedarse en casa, por ejemplo, afectarían la economía.
Bolsonaro, de 66 años, se muestra como un líder fuerte y seguro, que participa en eventos multitudinarios donde abraza a la gente, y pocas veces se lo ve con mascarilla.
Y aunque padeció COVID en carne propia, él y buena parte de su gabinete de gobierno se convirtieron en promotores de “métodos alternativos” de tratamiento al coronavirus.
El “ejemplo” de Brasil
El presidente dijo que no se vacunará y así llegó en septiembre a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en donde públicamente animó a los líderes del mundo a seguir el ejemplo de Brasil con el uso de un “tratamiento precoz”.
Se refiere a la hidroxicloroquina, un tratamiento para la malaria cuya efectividad contra el COVID-19 no tiene respaldo de la comunidad médica.
El presidente brasileño no se cansa de proclamar que una imposición social (como las órdenes de cierres, uso obligatorio de mascarillas, distancia social o vacunas) es una forma de “socialismo”. Agrega que las libertades individuales y la economía están primero.
El trágico resultado
¿Cómo le fue a Brasil con menos restricciones contra el COVID-19? Sin una planificación adecuada por parte del gobierno, pasó lo inevitable: La gente comenzó a contagiarse indiscriminadamente.
Según la organización de investigación de salud Fiocruz las unidades de cuidados intensivos en la mayoría de las capitales estatales operaban al límite. Esto provocó el mayor colapso sanitario y hospitalario de la historia de Brasil.
Hoy el país sudamericano de 216 millones de habitantes, tiene la segunda tasa más alta de muertes por COVID-19 del planeta.
De momento Brasil registra cerca de 22 millones de casos y lamenta más de 609,000 muertes. Es el país con más fallecimientos de niños por COVID del mundo.
¿Y la economía?
El Producto Interno Bruto (PIB) brasileño cayó 4.1 % en el 2020. Para principios de octubre de este año, la inflación alcanzó el 10.25 %, todo un récord, trayendo una imparable alza de precios en productos de primera necesidad.
Varios meses tarde las principales ciudades y estados comenzaron a adoptar medidas de distanciamiento social como el cierre de bares, restaurantes y centros comerciales; pero buena parte de la población ignora las nuevas restricciones siguiendo el ejemplo de Bolsonaro.
Una comisión del Senado brasileño recomendó el 26 de octubre que el presidente Bolsonaro enfrente acusaciones penales por acciones y omisiones en el manejo de la pandemia.
¿Cuestión personal o social?
Cualquier vacuna, no es una “pócima mágica” que previene totalmente una enfermedad. Es necesario un elemento social para que funcione. Si una alta proporción de la población se vacuna, este método será efectivo.
Sí, es molesto seguir usando mascarillas, mantener el distanciamiento social, vacunarse y luego ponerse refuerzos, pero es nuestra responsabilidad proteger a las poblaciones más vulnerables.
En Estados Unidos, en donde el tema está altamente politizado, muchos proclaman la libertad individual en oposición a cualquier restricción, pero la libertad individual sin responsabilidad social lleva a la anarquía.
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