La pandemia del COVID-19 ha exacerbado un problema social que es peligroso: las teorías conspirativas. Claro, cada quien tiene derecho a creer lo que quiera, pero si los defensores de estas teorías se dedican vehementemente a esparcir desinformación, o a minar sin evidencia sólida la confianza en las instituciones de salud, las cosas pueden salir muy mal.
Hay conspiraciones de todos los tamaños y para todos los gustos, están desde quienes creen que el COVID-19 fue creado como un arma en un laboratorio, pasando por los que proponen curas de todo tipo (incluyendo la inyección de algún desinfectante), hasta los que niegan de lleno esta crisis mundial y la llaman “supuesta pandemia”. Recientemente surgió una nueva moda, varios grupos radicales le han declarado la guerra a las mascarillas.
Lo que está detrás de las teorías conspirativas
¿Qué hay detrás de estas declaraciones disparatadas? De acuerdo con múltiples investigaciones psicológicas, las teorías conspirativas son una manera de lidiar con la ansiedad y el miedo, pues simplifican temas complejos, especialmente cuando vivimos tiempos inciertos. Eso explica porque las teorías conspirativas prosperan en épocas de crisis.
Una compilación de decenas de investigaciones, elaborada en el 2019 por los psicólogos Andreas Goreis y Martin Voracek de la Universidad de Viena en Austria, reveló que cuando las personas tienen miedo y sienten una falta de control sobre sus vidas o las circunstancias, encuentran en las teorías conspirativas una forma de dar sentido a esos problemas.
En muchos casos, señala el reporte, una teoría conspirativa es una especie de alivio momentáneo sobre situaciones desagradables. Claro está, a nadie le encanta usar mascarillas o estar confinado en casa, así que creer en un video de las redes sociales o en un mensaje de WhatsApp que dice que usar mascarilla es una forma de control promovida por fuerzas oscuras, les da la excusa de ya usar mascarillas.
Un ejemplo de esto lo vimos recientemente en España, en donde miles de personas se congregaron para protestar en contra de las medidas para contener el COVID-19, como era de esperarse, los manifestantes no usaban mascarillas. Otro ejemplo es el alguacil del condado de Marion, Florida, quien la semana pasada prohibió usar mascarillas a sus aproximadamente 900 oficiales y empleados.
No es coincidencia que estos personajes surjan en lugares como España, uno de los países más golpeados por la pandemia, o Florida uno de los estados con más casos de COVID-19 del Estados Unidos.
Cuando los argumentos no funcionan
Es peculiarmente frustrante dialogar con una persona que defiende teorías conspirativas. Si le pide evidencia, le presentarán conjeturas. Usted puede presentar evidencia, pero seguramente la descartarán con alguna oscura anécdota. Si expone las falacias en su teoría conspirativa, le dirán que le han lavado el cerebro.
En palabras del teólogo ecuatoriano German Guambo: “Enojarse no es argumento, insultar, generalizar, o suponer tampoco son argumentos. Usar memes, comentarios o vídeos de las redes sociales no son argumentos. Argumento es: Analizar, hilar una idea lógica, sustentar con hechos, exponer opiniones de gente sería y lo más imparcial posible, citar estudios, estadísticas, cosas medibles, etc.”
Dado que es extremadamente difícil hablar con quien no puede exponer argumentos sino solamente sentimientos, es preferible no amplificar la presencia de estas personas discutiendo con ellas en las redes sociales. Si tiene un familiar o amigo que está obsesionado con las teorías conspirativas, quizás sea mejor tratar de ayudarlo en la parte humana, pues en el fondo esas ideas disparatadas sean en realidad un grito de auxilio frente a la angustia y la incertidumbre.
