Esta semana recibí la llamada de un pastor, quien preocupado por el clima migratorio actual, me preguntaba sobre qué se podía hacer para ayudar a la comunidad inmigrante. Muchas iglesias han estado activas tratando de buscar formas de practicar el mandato bíblico de “acoger al extranjero”. En contraste, hace poco asistí a una iglesia en donde otro pastor predicaba los “peligros de la empatía” hacia las minorías. Esta divergencia no es nueva. Hace 2,000 años un maestro de la ley le preguntó a Jesús “¿Y quién es mi prójimo?”, es decir, ¿de quién debo tener compasión?, como preámbulo a la parábola del buen samaritano. Hoy siguen sin saber la respuesta los nacionalistas cristianos.
Desde hace siglos, existen quienes usan las palabras dejadas por Jesús como una lámpara que guía sus vidas, pero también están quienes amoldan la Biblia a sus propios intereses. El primer grupo practica activamente el amor a los demás, mientras que el segundo, mira a los inmigrantes como racial o culturalmente inferiores. En esta época, este segundo grupo se aglutina en el llamado nacionalismo cristiano estadounidense, un movimiento religioso-político que busca unir a la iglesia con el estado, cree fervientemente que Estados Unidos es superior a otros países y que dicha superioridad está establecida divinamente. Para ellos, solo ciertas personas merecen compasión, ciertamente no los indocumentados.
El auge de los nacionalistas cristianos estadounidenses
Donald Trump se convirtió en un adalid del nacionalismo cristiano estadounidense con su promesa de campaña “America First”. Aseguró que los inmigrantes que llegan a Estados Unidos están “envenenando la sangre de nuestro país”, un comentario que hace eco con el discurso de otras figuras totalitarias a lo largo de la historia.
Una vez en el poder, Trump lanzó una campaña de miedo contra los inmigrantes: arrestando a trabajadores indocumentados sin antecedentes criminales, y poniendo como prioridad de deportación a prácticamente todos los indocumentados. En la práctica, estas políticas migratorias reemplazaron a la compasión o a la unidad familiar, con la deshumanización y la crueldad. Tristemente, muchos cristianos celebran esto, pese a que va en contra del precepto bíblico de “acoger al extranjero”.
A lo largo de toda La Biblia se cuenta la historia de varios inmigrantes: desde Abraham, José (quien fue víctima de tráfico humano), pasando por Moisés, siguiendo con Daniel, Esdras, entre muchos otros. Hasta el propio Jesús entró con su familia a Egipto como un refugiado (Mateo 2:13-18).
En el Antiguo Testamento se establecieron leyes para proteger a los extranjeros (Éxodo 22:21, Levítico 19: 33, 34, etc.) y en el Nuevo Testamento Jesús nos recuerda que Dios nos juzgará, en parte, por la manera como tratemos a los inmigrantes (Mateo 25: 31-40). En estos pasajes no se distingue si los extranjeros tenían o no documentación en regla.
Pero, ¿y qué hay con el respeto a las leyes civiles?
La biblia enseña a los creyentes la obligación de observar las leyes civiles como un testimonio de buen carácter moral. Pero, ¿qué sucede cuando el gobierno impone leyes que se oponen a los principios divinos? Bajo la perspectiva bíblica, la ley moral (la ley de Dios) está por encima de las leyes civiles (Hechos 5:29).
Existen múltiples versículos en donde fieles hijos de Dios abiertamente desafiaron órdenes de las autoridades civiles, veamos algunos ejemplos:
Las parteras desobedecieron al Faraón (Éxodo 1:17), Rahab no acató la orden del rey de Jericó (Josué 2), el pueblo se resistió a la orden del rey Saúl y salvaron a Jonatán (1 Samuel 14:45), Abdías escondió profetas pese al decreto de la reina Jezabel (1 Reyes 18), los jóvenes judíos se niegan a comer de la mesa real (Daniel 1); Sadrac, Mesac y Abed-nego no acatan la orden del rey de Babilonia (Daniel 3); el profeta Daniel abiertamente desafía una ley Medo-Persa (Daniel 6), los apóstoles Pedro y Juan se niegan a obedecer a las autoridades civiles (Hechos 4:19-20), entre otros.
Adicionalmente, considere que atrocidades como la esclavitud, el holocausto judío, o la segregación racial fueron perfectamente legales, pero fueron repudiadas por fieles creyentes.
Las leyes civiles están sujetas a los cambios históricos y sociales, ya decía San Agustín: “Una ley injusta, no es ley”. Las leyes espirituales nos motivan a amar al prójimo, independientemente de su raza, condición o estatus migratorio (Gálatas 3:28). Es hora de que los nacionalistas cristianos vuelvan a leer con humildad las escrituras.