América Latina se encuentra en un momento delicado de cambio de paradigmas. Por un lado los movimientos de izquierda han perdido respaldo popular, por otro, está el sentimiento de rechazo provocado por las posiciones displicentes de Donald Trump, el campeón de los grupos ultraconservadores de derecha. ¿A qué dirección se moverá la balanza política latinoamericana?
El Siglo XXI comenzó con el auge de varios movimientos socialistas en América Latina, grupos que se fortalecieron presentándose como una alternativa a los desprestigiados partidos políticos tradicionales de derecha.
Un factor que influyó en el cambio de ruta en Latinoamérica fue la impopularidad de las políticas internacionales de George W. Bush, especialmente con la injustificada Guerra de Iraq. Este sentimiento antiestadounidense fue capitalizado por los políticos socialistas o al menos autoidentificados “de izquierda” quienes comenzaron a ganar elecciones. Adicionalmente muchos de estos países, exportadores de petróleo, experimentaron una inusitada bonanza por un alza histórica en el precio del hidrocarburo.
¿Qué hicieron los gobiernos socialistas con su elevado respaldo popular y con la racha de prosperidad? Si bien existieron importantes inversiones sociales en la región, también sobreabundaron los casos de corrupción.
Mauricio Funes, expresidente de El Salvador (2009 – 2014) huyó para Nicaragua en medio de una investigación por delitos de enriquecimiento ilícito y malversación de fondos.
A finales del 2016 explotó el escándalo de corrupción de la constructora brasileña Odebrecht, la cual admitió haber mantenido una extensa red de sobornos con varios políticos latinoamericanos. En Brasil, se involucró al presidente Michel Temer, así como a los expresidentes Dilma Rousseff (2011 – 2016) y Luiz Inácio Lula da Silva (2003 – 2010), todos políticos de izquierda.
El expresidente socialista de Perú, Ollanta Humala (2011 – 2016) recibió una orden de prisión de 18 meses por los delitos de lavado de activos y asociación ilícita para delinquir, relacionados con el caso Odebrecht.
En Ecuador acaba de iniciar un juicio penal contra el vicepresidente Jorge Glas (2013 – 2017) y ocho funcionarios vinculados al “revolucionario” gobierno del expresidente Rafael Correa, por pertenecer a la red de corrupción de Odebrecht.
La justicia argentina confirmó el procesamiento penal de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) por lavado de dinero, junto a empresarios que participaron en obras públicas.
En Venezuela existen constantes atropellos a los derechos humanos. Como si esto fuera poco, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos vinculó a Tareck El Aissami, vicepresidente venezolano y virtual sucesor de Nicolás Maduro con un caso de narcotráfico.
Uno podría pensar que con toda esta avalancha de escándalos Latinoamérica daría un giro en su rumbo político, el problema es que la alternativa no es muy promisoria. Los movimientos de oposición, que luchan contra estos grupos populistas de izquierda, no logran cohesionarse debido a sus propias ansias de poder. Adicionalmente, hoy nuevamente nos encontramos en un período de enorme impopularidad a las políticas internacionales de Estados Unidos.
La democracia latinoamericana pasará por su prueba de fuego al finalizar esta década, pues es una irrepetible oportunidad para elegir gobiernos que empujen el desarrollo de esta región, pero esto se logrará solamente fortaleciendo las instituciones que luchan de manera independiente contra el principal enemigo del progreso: la corrupción.