Jorge Mejía apareció en el escenario y sus dedos se movían en sincronía con su cadera mientras el sonido de su acordeón se entremezclaba con el de los instrumentos del resto de Los Ángeles Azules.
Más que una banda, son una familia que encontró en el grisáceo paisaje de Iztapalapa, Ciudad de México, el impulso para volar tan lejos como el cielo de Carolina del Norte.
Cuando sonó la línea de acordeón de apertura de “El Listón de Tu Pelo” se encendió un rugido al unísono coreado por unas 4,000 personas.
Y Greensboro se inundó de nostalgia.
Las cumbias de esta agrupación mexicana son dolorosamente románticas.
Cómo no iban a serlo, si nacieron en los feroces barrios bajos de la capital de México.
Pero a pesar de ello, han llegado a trascender más allá de la clase social y la geografía, con un auge tanto en fiestas de barrio como en eventos extravagantes.
De hecho, algunas de sus canciones se han transmitido en YouTube más de mil millones de veces.
Las melodías anhelantes hacen una sincronicidad de sonido y sentimiento que fluye naturalmente.
Algo solamente logrado gracias a la química natural de seis hermanos y hermanas que han estado haciendo música juntos durante cuatro décadas.
“Es una hermosa armonía”, dijo a Los Ángeles Times Elías Mejía Avante, de 65 años, el mayor y líder de la banda.
“Eso es algo que se transmite a la gente”.
Los hermanos eran niños cuando sus padres les compraron instrumentos y los enviaron a tocar en fiestas en Iztapalapa.
¿La razón? Simplemente porque por costumbre en México, las bandas siempre son alimentadas después de actuar.
Po lo que los padres sabían que así sus hijos no pasarían hambre.
La fama llegó tras varios años de luchar por alcanzar sus sueños.
Así fue como llegaron a Carolina del Norte, justo a mitad de camino de una gira triunfal del 40 aniversario por los Estados Unidos.
Para cuando llegaron a Greensboro, en un día frío de noviembre –como recabó LA Times– ya habían tocado con entradas agotadas en Houston, Las Vegas y Los Ángeles.
Ahora estaban en el Sureste, hogar de la población latina de más rápido crecimiento en Estados Unidos, que ahora supera los 23 millones.
En Carolina del Norte, donde no es raro ver una bandera mexicana o salvadoreña ondeando a lo largo de un camino rural, 1 de cada 6 niños es latino.
“Esto es lo que me da trabajo”, dijo Jorge de 54 años de edad.
El acordeón, que compró hace 15 años mientras la banda realizaba una gira por Uruguay, está hecho para estudiantes, sus teclas estrechas y su cuerpo liviano se ajustan mejor a los dedos delgados y el cuerpo delgado de Jorge.
Con él ha hecho bailar a millones de personas como hizo en Greensboro.
En el escenario cada noche, mientras el sociable Elías seduce a la multitud, Jorge revolotea.
Tenía 11 años cuando su madre, Doña Martha, los inscribió a él y a Alfredo en una escuela de música gratuita, con la esperanza de mejorar la musicalidad de la banda familiar.
Si bien, la mayoría de los hermanos son autodidactas, Jorge estudió en el conservatorio nacional de música de México.
Lo hizo incluso cuando ya tenía un título en ingeniería arquitectónica.
Doña Martha hizo que todos sus hijos estudiaran para otras carreras, una alternativa en caso de que la música no funcionara.
Elías se hizo médico.
Durante décadas, la cumbia fue rechazada por las élites en México por ser un género denominado naco –jerga de "clase baja"–.
Como consecuencia, hace unos 15 años, el género comenzó a caer en desgracia incluso entre la audiencia de base y las ventas de discos se desplomaron.
Durante esos años, los miembros de la banda ocasionalmente retrocedieron en sus trabajos diarios.
Elías atendió a pacientes en su clínica de Iztapalapa, donde aún viven todos los hermanos.
Pero su sequía terminó cuando la banda firmó con OCESA Seitrack, sello mexicano que los empujó a reinventar su sonido.
Grabaron con cantantes de otros géneros como Lila Downs y Carla Morrison.
Y Jorge comenzó a tocar para violines, violonchelos y otros instrumentos orquestales, un flashback a sus días en el conservatorio.
Pero su nuevo éxito ha sido agridulce.
El año pasado, Doña Martha murió a los 94 años.
El concierto en Greensboro, en tanto, formó parte de la primera gira de la banda después de la muerte de su madre.
Y sin embargo, se entregaron como de costumbre a sus fans.
“El público es alimento para el alma del músico”, dijo Jorge.
"Nos hacen tocar mejor".
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