Raúl Hernández jamás olvidará la primera noche que pasó en Raleigh, Carolina del Norte.
El frío le apretujaba los huesos y las entrañas se le revolvían después de haber pasado más de 48 horas sin haber tenido una comida decente.
En el trayecto de la ciudad de Nuevo Laredo, en el estado de Tamaulipas, México, hasta el Triángulo de Carolina del Norte, el salvadoreño de entonces 9 años de edad apenas, compartió una bolsa de papas fritas, un refresco y un pan de dulce con sus dos hermanos.
Raúl arribó una tarde otoñal a la capital de Carolina del Norte, donde —teóricamente— su padre encontraría un trabajo con el que le alcanzaría para dar una vida digna a su familia.
El inmigrante de Santa Tecla, ubicada a unas 2,946.4 millas (4741.7 kilómetros) de Raleigh, pasó sus primeras horas en la que sería su nueva ciudad con un miedo que jamás había experimentado antes.
Ese temor a la vorágine de lo desconocido.
Abrumado por el ensordecedor sonido de los cláxones y sofocado por un océano de transeúntes que rápidamente aprendió a esquivar en una obligada faena por sobrevivir a un mundo que giraba diferente, Raúl comenzó a llorar.
“‘Shhh… no empieces, ahorita comemos algo’, me dijo mi mamá”, recuerda Raúl en entrevista con La Noticia.
Esas fueron las primeras palabras que recuerda haber escuchado en Raleigh —o al menos en su idioma, el español—.
“Fue demasiado tiempo sin comer y estaba harto; fue un cambio total, brusco”.
Pero el hambre le duraría un poco más.
Esa noche, la familia Hernández durmió cerca de un parque público, donde encontraron apenas un poco de comida entre los basureros.
“Mis primeros días aquí (Raleigh) fueron muy difíciles, no teníamos para comer y mi papá tardó en encontrar trabajo”, dice.
Carolina del Norte, espejo de un problema mundial
Actualmente, el salvadoreño tiene 24 años y más de una década en la Ciudad de los Robles.
Aunque sus padres pudieron sacarlo adelante y él actualmente se mantiene de la venta de productos de limpieza por internet, el hambre no ha dejado de acechar su vida.
Y el recuerdo de su primera noche en el estado, aparece para recordarle que nada ha sido fácil desde que dejó El Salvador.
"Sigo sin poder ser libre de decir 'puedo comer tres veces al día todo el mes'. Porque hay muchas deudas y no siempre se vende igual", confiesa.
En Carolina del Norte, 1,417,440 personas padecen hambre, según estimaciones de Feeding America.
De ellas, 419,470 son niños, como lo fue hace en su momento Raúl.
“Es la razón de cambios sociales, progresos técnicos, revoluciones, contrarrevoluciones. Nada ha influido más en la historia de la humanidad. Ninguna enfermedad, ninguna guerra ha matado más gente”, plasmó el escritor argentino Martín Caparrós en su libro El Hambre (Anagrama, 2015).
"Todavía, ninguna plaga es tan letal y, al mismo tiempo, tan evitable como el hambre".
Según el propio Caparrós, esa obra la escribió con la ambiciosa intención de explicar la raíz de la miseria en el mundo.
Una aseveración que no parece nada descabellada, cuando de acuerdo con cifras del recientemente realizado UN Food Systems Summit de la ONU, más de 811 millones de personas alrededor del planeta la padecen.
"La comida es y debe ser tratada como un bien público, un derecho común y humano", dijo Wenche Barthe Eide, profesor asociado emérita de la Universidad de Oslo, durante el UN Food Systems Summit.
Niños y jóvenes, en el centro de la atención
El objetivo de dicha Cumbre de Sistemas Alimentarios de la ONU es lograr avances en todos los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) a través de un enfoque de sistemas alimentarios.
Fue en 2015 cuando la ONU aprobó la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible.
Se trata de una oportunidad para que los países y sus sociedades emprendan un nuevo camino para mejorar la vida de todos por igual.
La Agenda cuenta con 17 objetivos, que incluyen, entre muchos otros, la eliminación de la pobreza, el combate al cambio climático, la educación, la igualdad de la mujer y la defensa del medio ambiente.
Así, se busca aprovechar la interconexión de los sistemas alimentarios con los desafíos globales como el cambio climático, la pobreza y la desigualdad.
Factores proporcionalmente ligados con el hambre.
Es por eso que con miras hacia el futuro, la Directora Ejecutiva de UNICEF, Henrietta Fore, y el Director General de la OMS, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, pidieron que los niños y los jóvenes sean el centro de la transformación de los sistemas alimentarios.
Sobre todo porque la salud nutricional de la niñez se ha visto más afectada incluso antes de la pandemia de COVID-19.
Aunque desde la pandemia, los jóvenes se han visto afectados de manera aún más desproporcionada.
Basta con ver la caída del empleo juvenil al 8.7 % en 2020 en comparación con el 3.7 % de los adultos, según cifras de la ONU.
Tan solo en Carolina del Norte actualmente se estima que las personas que enfrentan el hambre necesitarían un total de $724,977,000 más por año para satisfacer sus necesidades alimentarias.
Mujeres y niñas, afectadas aún más por la brecha de género
Pero entre el paralelismo de la pandemia de COVID-19 y la crisis mundial del hambre, existen otras variables como la brecha de género que hacen aún más alarmante la situación mundial.
“Hay 1,700 millones de mujeres y niñas rurales en el mundo, más de una quinta parte de toda la humanidad”, dijo Sabrina Dhowre Elba, Embajadora de Buena Voluntad de la ONU para el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA).
“Es inaceptable que representen casi la mitad de la fuerza laboral agrícola, pero es más probable que vivan en la pobreza y el hambre que los hombres”.
Niños en pobreza, un problema que genera más hambre en el estado
Según NC Child, en Carolina del Norte la cifra de niños que viven en hogares con inseguridad alimentaria disminuyó un 7.7 %, aunque el problema sigue latente.
La inseguridad alimentaria es no solo la importancia de consumir alimentos que no sean dañinos para nuestra salud.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la seguridad alimentaria se da cuando todas las personas tienen acceso físico, social y económico permanente a alimentos seguros, nutritivos y en cantidad suficiente para satisfacer sus requerimientos nutricionales y preferencias alimentarias.
Para de esa manera poder llevar una vida activa y saludable.
Aproximadamente 4 de cada 10 niños viven en hogares pobres o de bajos ingresos, y el 9 % de los niños de Carolina del Norte viven en vecindarios de alta pobreza.
Situación que prolifera la inseguridad alimentaria.
De hecho, las familias que viven en estas condiciones tienen más dificultades para cubrir lo básico, por lo que 44 % de los niños viven en hogares de bajos ingresos.
Lo que podría ser la respuesta a la tasa de mortalidad infantil, que por cada 1,000 nacimientos es de 4.7 para blancos, 5.6 para latinos y 12.5 para afroamericanos.
Siendo los dos últimos rubros, las comunidades con menos oportunidades en el estado.
"Yo de niño pasé hambre y ahora de adulto muchas veces también. Tengo a mi novia, pero esta realidad te hace pensar si realmente quieres tener una familia", sentencia Raúl Hernández.
MÁS NOTICIAS RELACIONADAS:
Hay más intentos de suicidio entre jóvenes latinos que en otros grupos en Carolina del Norte
De avergonzarse por hablar español al empoderamiento: así fue el voto latino en Carolina del Norte
Pandemia y fatiga virtual: ¿causas del alarmante ausentismo latino en CMS?