Lisandro Gómez despertó una mañana con síntomas de resfriado.
Pensar en un contagio de COVID-19 parecía poco probable, pues su familia había tomado con seriedad el confinamiento.
Él salía a laborar con todas las medidas necesarias para evitar al coronavirus.
“Cuando empezó la pandemia nos encerramos, lo único que él hacía era ir a trabajar”, dice su esposa Roxana Gómez a La Noticia.
Pero conforme avanzaba el tiempo, era cada vez más evidente que había contraído el virus en alguna de sus salidas a entregar comida en el área de Charlotte.
“Él manejaba camiones en una compañía local de delivery, ellos llevan víveres, pero, ¿cómo se contagió? No tengo la menor idea de cuándo fue”, asegura Roxana.
“Nosotros pensábamos que era una gripe por los cambios de clima que pasaba de frío a calor y de regreso, nunca imaginamos que iba a ser el virus hasta que fue al hospital”, recuerda.
El comienzo del calvario
En junio fue que Lisandro comenzó con el malestar hasta que se realizó el test y supo que había contraído el COVID-19.
“Mi esposo salió positivo pero nadie más aquí en la casa, no entiendo cómo fue que pasó”, comenta la mujer.
Lo que parecía un mal sueño se fue poco a poco transformando en su peor pesadilla.
Sobre todo cuando en una clínica de la salida 3 de la 57 le dijeron que ya no lo podían atender más, debido a que presentaba un cuadro severo de neumonía.
“En el primer hospital ya no sabían qué hacer con él y lo trasladaron a otro hospital; en el próximo tampoco sabían qué hacer con él y lo mandaron a otro”, cuenta Gómez su calvario.
“Entró en coma, lo indujeron al coma cuando él estaba con neumonía y no estaba respirando, tenía el virus y la neumonía”, remembra.
“Yo tenía miedo pero dijeron que era lo mejor”, asegura.
“Después, cuando estaba en coma, a él le dio un paro cardiaco y empezaron a decir que lo desconecte, porque tenía neumonía, el virus y aparte el paro cardiaco”, lamenta.
“Empecé a pedir que lo despierten, la doctora decía ‘no lo podemos despertar, él entró al coma solo’ y yo decía ‘no, ustedes lo indujeron al coma’”, narra.
“Estuvimos esperando y gracias a Dios él despertó solo y empezamos con un tratamiento después de que pasó por cinco hospitales”, señala.
Las secuelas de la enfermedad
Actualmente, el hombre de 46 años originario de Honduras, solo tiene el 40 % de función pulmonar tras su adversidad con el coronavirus.
Un problema delicado, pero no tan grave, comparado con los vaticinios médicos cuando le dio el ataque cardíaco y estuvo en coma.
“Anduve por cinco hospitales porque no sabían qué hacer con él y yo no lo iba a desconectar”, dice la mujer originaria de El Salvador.
“Los diagnósticos eran terribles”, afirma.
“Ahora, los médicos dicen que para que él se recupere toma entre 3 y 5 años”, asegura.
Ver a su esposo con vida es un alivio para la latina de 44 años, pero lidiar con las secuelas de la enfermedad se volvió un suplicio.
Sienten la discriminación
Pues cada vez que acuden al médico, sienten una profunda discriminación por parte de los trabajadores de la clínica.
“Cuando lo llevo al doctor a su tratamiento y le digo que es víctima de COVID, la muchacha me dice ‘no, no, tiene que esperar afuera, no puede entrar, debe quedarse en su carro, nosotros lo vamos a llamar’”, denuncia.
“Lo saqué para esperar en el carro y yo me quedé fría”, describe.
“Dije ‘wow, cuántas personas salen de COVID, de una enfermedad conectados a máquinas y tanta cosa y encima parece que cuando les menciono COVID, hubiera dicho una mala palabra’”, abunda.
“Los tratan muy mal”, insiste.
“Él se estaba recuperando rápido, pero mencionas la palabra COVID y las personas cambian de inmediato”, sugiere.
“Ellos se deprimen, él todavía está conectado al oxígeno, no sabe cuánto tiempo va a pasar con oxígeno y cuando mencionas que tuvo coronavirus, las personas son discriminadas”, insiste.
“Por todas partes donde uno busca pedir ayuda es discriminado”, asegura.
“Hay demasiada ignorancia, porque de la casa fue el único contagiado, pero cuando la gente se entera piensa que toda la familia está enferma”, indica.
“La gente piensa que si tuvo COVID puede ser que todavía tenga el virus y si estoy cerca puede que me contagie”, dice Roxana.
“Les tienen un recelo y uno lo siente, se siente ese recelo”.
Ahora, Lisandro vive conectado a la máquina de oxígeno, perdió su empleo y está intentando caminar nuevamente.
“Le mandan terapeutas que le enseñan a moverse porque sus pulmones no funcionan correctamente”, describe la centroamericana.
Problemas económicos
Lisandro tenía, para su suerte, seguro médico cuando se contagió de COVID-19.
Pero ahora que no tiene empleo, los gastos comenzaron a ser mayores y recaen tanto en su esposa como en sus tres hijas, al no estar él en posibilidades de salir a trabajar.
Roxana sale temprano a la escuela donde labora y es su hija menor quien se encarga de cuidar a su padre.
Hasta que Roxana vuelve a casa y la menor de 17 años termina sus clases para luego irse a trabajar también.
“Por eso los mandan (a los enfermos de COVID) a que apliquen para disability permanente”, dice Gómez.
“Él ya aplicó para disability permanente, porque temporal no convino”, asegura la mujer.
“Es un proceso largo, entonces uno qué hace, uno tiene que ayudarlos a todo porque no pueden hacer nada”, abunda.
“Mi hija acaba de cumplir 17 años, pero empezó a trabajar desde los 16 años para ella ayudarme con los gastos”, comparte.
La discriminación es un problema grave
Según el World Health Organization, la discriminación hacia los contagiados de coronavirus se magnificó proporcionalmente a la expansión de la pandemia.
En un brote, de acuerdo con información de WHO, las personas pueden ser etiquetadas, estereotipadas, discriminadas, tratadas por separado y/o experimentan una pérdida de estatus debido a un vínculo percibido con la enfermedad.
“Dicho tratamiento puede afectar negativamente a las personas con la enfermedad, así como a sus cuidadores, familiares, amigos y comunidades”, dice la organización.
“Las personas que no tienen la enfermedad pero que comparten otras características con este grupo también pueden sufrir estigma”, añade.
El brote actual de COVID-19 ha provocado estigma social y comportamientos discriminatorios contra personas de determinados orígenes étnicos, así como contra cualquier persona que se considere que ha estado en contacto con el virus, según WHO.
“Y eso que mi esposo es legal, porque esa sería otra historia”, dice Roxana Gómez.
“Siempre hay discriminación, yo creo que los únicos que nunca se sienten discriminados son los blanquitos, los morenos y los hispanos estamos como al mismo nivel ahorita”, lamenta.
“Solo pido que se informen, la gente tiene que informarse más”, puntualiza.