Carlos se limpió con las manos la sangre que se derramaba por su rostro y recogió cada una de sus pertenencias que se habían desparramado tras recibir los golpes.
No era la primera vez que Matt y Ryan —un par de vecinos del barrio— le pegaban.
De hecho, el originario de Monclova, Coahuila, un estado en el Norte de México, solía tomar rutas distintas de vuelta a casa con tal de no toparse con sus abusadores.
El menor de origen latino tenía 16 años y sus vecinos entre 20 y 23 —según calcula— cuando la violencia comenzó a proliferar.
“Ya desde un poco antes, cuando nos mudamos, me molestaban”, dice a La Noticia Carlos, quien pidió que se resguardara su verdadera identidad.
“Eran de un grupo que se juntaba cerca de donde vivíamos; mi familia y yo apenas teníamos medio año en el barrio”.
Había desempacado recién sus valijas en su nueva casa en Hickory, Catawba, cuando los conoció.
Salió a cenar con sus padres y sus dos hermanos y ahí estaban en una esquina merodeando.
Y sintió sus penetrantes miradas que resaltaban entre el mar de tatuajes y perforaciones en sus cuerpos.
“No puedo decir que sabía lo que iba a pasar, pero es cierto que algo te dice que no va bien”, cuenta.
Pasaron unos días cuando lo interceptaron por primera vez para pedirle dinero.
“Yo llevaba poco (dinero), pero me intimidaron y se los di, pero aun así me dieron un puñetazo en el estómago y una patada”, se lamenta.
“Me dijeron que me cuidara, que ahí no les gustaban los mexicanos y que tenía que hacerles caso o me iban a matar”.
No volvió a ser el mismo por el bullying
El terror psicológico se volvió parte de la cotidianidad de Carlos, quien prefería no salir de casa a tener que afrontar esa nueva realidad en su recién adoptado vecindario.
“El problema es que nunca nos dijo nada”, cuenta Rosalía, madre del adolescente.
“Notamos que actuaba extraño, que prefería pasar las tardes en su cuarto cuando todos los chamaquitos de esas edades solo piensan en irse a ver a dónde, pero no en su casa”.
Pero la verdad nunca le preguntamos, creímos que era parte, ya sabes, de la edad; que era pasajero”.
Ryan y Matt en una ocasión lo golpearon con un bate de beisbol y le dejaron hinchado un ojo.
Sin embargo, Carlos dijo a sus papás que se había caído de la bicicleta.
“Pues ahora sí que por pena”, responde a la pregunta sobre el porqué ocultaba que era víctima de bullying.
Era el verano de 2019 y la familia Peña ya tenía varias semanas asentada en Hickory.
Contrario a Carlos, sus hermanos Rubén de 13 años y Kevin de 11, estaban encantados con su nuevo hogar.
“Hicieron amigos rápido, pedían más permisos para salir que el más grande que es Carlos”, dice Rosalía.
En contraste, Carlos estaba desesperado, vivía en constante angustia y se volvió sumamente hermético.
“Es importante tener una lectura particular de cómo somos en nuestras familias”, opina la Dra. Mae Lynn Reyes-Rodríguez, especialista en psiquiatría y psicología en Chapel Hill, NC.
Cuando algo no encaja o está fuera de la práctica usual, es importante observar esos pequeños cambios”.
“Si la persona está retraída, triste, deprimida, la persona puede tomar acciones particulares”.
Y justo fue lo que ocurrió con Carlos Peña.
“No tenía deseos de vivir, estaba en soledad y nada de mi vida me gustaba”, comparte el menor.
Para eso, Carlos buscó en internet algún medicamento que estuviera a su alcance para intentar consumar su deseo por quitarse la vida.
“Me tomé las pastillas, no recuerdo cuántas eran, pero pensé que podía ser lo mejor”, describe.
Perpetró su intento de suicidio
Ese 23 de agosto de 2019, sus padres habían ido al supermercado con sus hermanos.
Y él —como de costumbre— prefirió quedarse en su recámara.
Tan pronto escuchó que el auto había arrancado, ingirió el medicamento controlado.
“Cuando volvimos fue una pesadilla, estaba tirado en el suelo”, cuenta afligida Rosalía.
La familia pudo llevar rápidamente al adolescente al hospital y en emergencias pudieron aminorar los riesgos.
Fue así que Carlos se convirtió en uno de los tantos estudiantes de secundaria de origen latino que intentaron suicidarse.
De hecho, de los jóvenes que intentaron quitarse la vida en Carolina del Norte en 2019, el 15.4 % de los latinos fueron parte de ello, según datos de NC Child The Voice of North Carolina’s Children.
La cifra más alta apenas por debajo del 15.6% de la categoría de otros —que abarca a jóvenes que no revelaron su origen—.
Mientras que el 9.6 % fueron de origen afroamericano; el 7.6% de blancos y solo un 3.9 % de asiáticos.
“De acuerdo con varios estudios, los factores que contribuyen al riesgo de suicidio incluyen la depresión, ansiedad, falta de apoyo”, dice Rusty Price, pastor y activista que fundó el Camino Community Center para apoyar a la comunidad latina de Carolina del Norte.
"Los jóvenes latinos son particularmente vulnerables a esto”.
“Debido a un estatus migratorio propio o de alguien más en casa; dificultades relacionadas con la aculturación, problemas económicos y de salud, falta de recursos y falta de información sobre estos temas”.
“Aun cuando los jóvenes saben de ellos, pueda que los padres no”.
“El gobierno está haciendo muy trabajo en reconocer la importancia de la salud mental de los diferentes grupos más afectados, incluyendo los latinos”.
Los jóvenes, en general, son de los grupos menos investigados y menos atendidos en lo que tiene que ver con la salud mental”.
Depresión se disparó 25.8 % entre jóvenes del estado
De hecho, en Carolina del Norte se incrementó un 25.8 % la tasa de depresión entre jóvenes entre 12 y 17 años, como prueba de esto.
“En los últimos 4 años hubo muchas situaciones de tipo racial”, sugiere la Doctora Reyes-Rodríguez.
“Hubo un momento en el que más abiertamente se dio la discriminación, creo que mucha gente tenía mucho miedo, no solamente latinos sino afroamericanos”.
“La población blanca expresaba cosas que daban mucho miedo, nunca había tenido que trabajar contexto jurídico y de pronto eso fue parte del trabajo terapéutico”.
Fue trabajar con la frustración y miedos en la situación política en estos cuatro años”.
"Luego llegó la pandemia, donde cambió la doctrina, hay aislamiento social, todo se pierde, los trabajos, es la combinación perfecta para que se dé la depresión”.
Así como ocurrió con Carlos, la ingesta de medicamentos sin prescripción médica también encuentra a los latinos como el grupo más susceptible.
Del total de casos de jóvenes que han tomado medicamentos sin prescripción, el 20.3 % fueron latinos.
Se trata de la cifra más alta entre jóvenes del estado, por encima del 19.3 % de la categoría de otros, 15.8 % de afroamericanos, 14.8 % de los blancos y 12.9 % de los asiáticos.
“La automedicación, es la manera en que me medico para seguir funcionando”, dice la Dra. Mae Lynn Reyes-Rodríguez.
“No tengo tiempo de ir con un profesional, no tengo dinero, no tengo cómo pagar el servicio, a falta de eso se recurre a qué puedo hacer yo por mi cuenta y tomar pastillas que están en el mercado o algún familiar las tiene”.
“No es recomendable porque no sabemos lo que estamos consumiendo ni sabemos el efecto que va a tener en esa persona en específico y obviamente caen en esas maneras de automedicarse y no es recomendable”.
Suicidio, un fenómeno psicológico y social
El suicidio es un tema analizado desde hace siglos.
En el libro que lleva el mismo nombre —Le Suicide— y que fue publicado en 1897 con la firma del sociólogo francés Emile Durkheim, se analiza este fenómeno desde un punto de vista social y no psicológico.
Durkheim utilizó como unidad de análisis las condiciones sociales que hacen que varíen las características del suicidio.
Y fue así que dividió su tesis en cuatro tipos de suicidio: el altruista, egoísta, anómico y fatalista.
Siendo el anómico el que se da en sociedades cuyas instituciones y cuyos lazos de convivencia se hallan en situación de desintegración.
Tal y como podría ejemplificarse con los casos de suicidio entre latinos de Estados Unidos.
“Ahora Carlos está yendo al psicólogo, nos mudamos a otro condado porque por suerte en el trabajo de mi marido le permitieron”, asegura la madre.
“La comunicación ha mejorado y es importante porque veo que se siente mejor, más adaptado”.
Del total de estudiantes de secundaria que se gradúan a tiempo, los latinos tienen la cifra más baja con el 81.7 %.
Carlos perdió el año escolar, pero se reincorporó a clases en espera de continuar con sus estudios.
“Quizás después de lo que viví quiera ser abogado o psicólogo; no lo sé”, puntualiza.
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