Rubén Granados creció observando los esfuerzos sobrehumanos de sus padres para sacar adelante a la familia.
Si no era hacer pan, eran pedidos de tamales, pero su madre siempre estaba activa en busca del sustento.
Y conforme Rubén creció, le reveló cada uno de sus secretos culinarios para que aprendiera a cocinar en caso de que algún día decidiera dedicarse a ello.
“Mi mamá siempre fue una señora emprendedora y siempre salía alguien que ‘hazme unos tamales o un zacahuil’ o qué sé yo, ella se los hacía”, recuerda el chef en charla con La Noticia.
“Ahí vas aprendiendo a que no te dé pena hacer cualquier cosa mientras sea trabajo”.
“Todo fue práctico, fui agarrando experiencia”.
“Obviamente, mi mamá fue la que me impuso mucho, ‘aprende, aprende’, me decía, ‘porque en un futuro te puede servir’”.
Granados nació en Altamira, Tamaulipas, un estado en el Noreste de México, donde se convirtió en el mejor aprendiz de su mamá.
En la adolescencia cruzó la frontera
Pero en busca de un mejor porvenir, cruzó a los 16 años de edad la frontera con Estados Unidos con un cúmulo de anhelos amontonados dentro de su maleta.
“Era el sueño de cualquier persona que se muda a otro país buscando mejores oportunidades; siempre tuve ese espíritu aventurero”, dice.
“Lo más difícil fue —como cualquier persona— iniciar y tratar de conseguir un empleo con los permisos”, comparte.
“Porque no cualquier persona te quiere decir dónde adquirir permisos o cómo iniciar”.
“Llegué a los 16 años aquí a Estados Unidos, pero trabajé muy duro y sigo trabajando”.
Era el año de 1999 cuando logró tocar base en California.
Pero tan pronto llegó, quedó abrumado por la vorágine de un mundo completamente distinto al que conocía.
Por lo que notó que poder causar impacto en el mercado local, como pretendía, le costaría más trabajo del que pensó.
“Miraba yo en Los Ángeles —donde llegué y estuve un par de meses solamente— y miré muy competitivo todo y dije ‘no, aquí va a ser un poco difícil iniciar’”, dice.
De Los Ángeles a Atlanta antes de llegar a Carolina del Norte
Fue entonces que tomó rumbo hacia Atlanta, Georgia, donde vendió comida de casa en casa.
“Comencé vendiendo, cocinando a las personas en los departamentos”, describe.
“Porque todas las personas trabajaban y necesitaban al regresar que la comida estuviera hecha”.
Rubén cobraba $10 por persona a cambio de los alimentos que él mismo preparaba con la herencia de la sazón de su madre distinguible en cada bocado.
“Comencé a vender tamales, por las tardes vendía elotes, algo así como ambulante, porque en esa época no tenía permisos todavía para poder comenzar el negocio”, rememora.
“Desde antes de venirme a Estados Unidos siempre tenía esa inquietud de ser mi propio jefe porque mis papás en México son comerciantes”.
Y así, en un golpe del destino, conoció a un grupo de personas que vivía en Carolina del Norte.
La compañía donde laboraban los mandó a trabajar a Atlanta y ahí probaron la comida de Granados.
“Preguntando me decían ‘oye, a ti que te gusta cocinar en Charlotte no hay nada, así como lo que tú vendes, tamales y todo’”, recuerda Granados sobre esa conversación que cambió su vida para siempre.
“Fue ahí cuando me dio curiosidad por venir a Charlotte, Carolina del Norte”.
En Atlanta, Rubén no encontraba un lugar idóneo para establecer su negocio, pues las rentas eran muy elevadas.
Por lo que decidió hacer caso a esos consejos y partió rumbo a Charlotte, a unos 2,700 kilómetros (1,700 millas) de su natal Altamira.
“Y fue una bendición muy grande el venirme para acá, porque sí había restaurantes mexicanos pero no vendían como sopes, gorditas o huaraches, algo más tradicional”, recuerda.
Habían pasado solo dos años desde que Granados llegó a la Unión Americana y ya había vivido en tres ciudades distintas.
Pues en su mente tenía bien claro hacia qué rumbo quería avanzar con su negocio.
Y no estaba dispuesto a perder tiempo en un lugar que no cubriera sus necesidades.
Conquistó Charlotte a través de la comida
Así fue que comenzó a vender comida mexicana en Charlotte, donde abrió su restaurante, la Taquería Number 1.
“Ahora tengo más restaurantes, tengo marisquerías y torterías”, dice con orgullo.
“Recién acabo de comenzar la lonchera, la 'food truck', la puse como para las personas que vivían en otras áreas y podemos llegarles con una taquiza o Mexican Party a sus casas”.
“Ese concepto de taquerías es para franquicias”.
“Si alguien viene, por ejemplo, de la Ciudad de México y quiere poner un negocio, acá yo monto todo”, explica.
Y así, Rubén se convirtió en un emprendedor gastronómico que vuela cada vez más alto.
“Saqué ya también mi marca personal que es Granados Master Chef”, dice.
“Es para poder empoderar a todos esos latinos empresarios que quieran hacer una mejora en su negocio o quieran aprender algo, estamos ahí para apoyarles”.
“Si quieren comenzar con su 'food truck' o con su restaurante, la creación de su menú y todo eso”.
Sus restaurantes son una fuente de empleo para latinos
Actualmente, el chef tiene alrededor de 100 empleados, todos de origen latino.
“En cuestión de cuánta gente he ayudado, todos los días trato”, asegura.
“Hay personas que te pueden pagar una asesoría, hay personas que no, pero también se las doy”.
“Es eso, todos los días sacándoles permisos a personas o tienen una lonchera, pero sin permiso y yo les canalizo con el Departamento de Sanidad”.
Ahora, Granados busca formar un imperio empresarial a través de franquicias con su modelo de negocio gastronómico.
“Quiero expandirme con taquerías, con franquicias y seguir trabajando y ¿qué se pone a hacer uno? No me puedo retirar, no está en mi mente todavía”, dice.
Gracias a esa tenacidad que le inculcaron, ahora su familia vive en Huejutla, Hidalgo, un estado cercano a la Ciudad de México.
Allí se asentaron, así como hizo él en Carolina del Norte.
Y es que Rubén Granados ha salido adelante incluso durante la pandemia, donde su resiliencia le hizo adecuar su modelo de negocio para subsistir.
“No, para nada”, dice tajante sobre si causó estragos a sus negocios la pandemia.
“Crecimos un 20 % porque buscamos esas estrategias de buscar a clientes que no nos conocían y ahora nos conocen”.
“Implementamos el delivery a las áreas aledañas a los negocios”.
“Reajustamos empleados, pero no cortamos muchos, excepto las meseras, fue lo más golpeado”
“En lugar de tener siete meseras tenía dos porque todo era para llevar”.
Con papeles y sin vivir la discriminación
Con 22 años en Estados Unidos y dos décadas en Charlotte, Granados es ya un ciudadano con papeles en regla, pero no olvida sus raíces ni lo que tuvo que pasar para estar en este punto.
“Soy legal ya en el país, pero llegué como cualquier persona a este país que llega sin documentos”, recuerda.
“También eso me decían, que no podía poner algo (de negocio), pero es mentira, al gobierno solo le importa que pague los impuestos”.
“Es como si dijeras que si no tienes papeles no puedes manejar, si no tienes papeles tienes derecho de manejar, pero sé el mejor conductor, con que tengas tus placas y pagues tu seguro es más que suficiente”.
Y es que conforme descubrió la cultura estadounidense, comprendió que debía ser cauto y sigilosamente entender la idiosincrasia para aprovechar al máximo las oportunidades.
“¿Discriminación? Gracias a Dios que a mí no, mentiría si dijera que he recibido algún tipo de discriminación por parte de gente blanca”, asegura.
“Lo que siempre converso con las personas que vienen es que cuando vienes aquí, si no tienes papeles, compórtate”.
“Mucha gente les pregunto a americanos, ‘¿qué piensas de nosotros?’. ‘No, pues nosotros necesitamos a la mano de obra y todo eso’”.
Aunque eso sí, Granados sabe que no está exento de vivirlo.
“Hay de todo, hay personas que se expresan con racismo”, advierte.
“Pero en todos lados; en México, que ‘porque eres de pueblo te bloqueo’, como si no tuvieras derecho, es el corazón de cada persona”.
“No es que si yo soy de provincia y tú de tal facultad, eso no tiene que ver”.
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