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Evelyn Alarcón

Con tan solo cuatro años de edad, Ana García ya estaba pasando por una de las experiencias que cambiaría el rumbo de su vida, cuando cruzó la frontera entre México y Estados Unidos. Esta es su historia:

Ese viaje está escondido en el fondo de mis recuerdos. Mi madre me había dejado al cuidado de su hermana mayor cuando yo tenía 3 años. Mi tía era el único miembro de la familia que tenía la estabilidad económica para sostenerme. Mi padre había abandonado a mi madre cuando yo tenía dos años, así que se vio obligada a dejarme con su hermana para buscar una vida mejor para las dos. Después de un año y medio de estar con mi tía, mi madre finalmente juntó el dinero necesario para pagar un coyote que me ayudara a llegar a su lado.

Un nuevo mundo
Era extraño estar en un lugar donde todo era diferente. Ya no estaba en una gran ciudad, sino un pequeño pueblo donde me sentía sofocada. Yo era tan joven que no sabía lo que estaba pasando. Llegué a Hendersonville justo cuando faltaban dos semanas para que empezara la escuela.

El primer día de clases fue extraño. Recuerdo caminar hacia la clase de primer grado y no saber lo que los profesores estaban diciendo. Mis compañeros me querían hablar pero yo no entendía nada. Por esa razón, se me hacia difícil hacer amigos. La consejera me asignó un ‘amigo’ que luego me traduciría. Con tan solo cinco años tenía mucha frustración de no saber el idioma. Sin embargo, mi maestra de primer grado fue persistente para enseñarme hablar inglés. Todos los días me sacaba de clase y me enseñaba nuevas palabras. Me enseñaba fotos y me hizo estudiar las palabras. Al final de primer grado, ya sabía hablar inglés.

Niñez sin documentos
No fue hasta los ocho años que me di cuenta de que era diferente a los demás. Fue durante este tiempo que supe que no pertenecía. Vivíamos en el medio de East Flat Rock, donde la mayoría de retenes policiales se llevaba a cabo. Un día en camino a casa, había un reten en la intersección de nuestra calle. Mi madre no tenia otra opción más que dar la vuelta. Después, yo supuse porqué no podíamos pasar. Ella no tenía licencia.

Con el tiempo, me iba dando cuenta que no obtenía los mismos beneficios que los demás. No podía recibir ayuda médica, lo que significaba que cada vez que tenía que ir al doctor, mi mamá tenía que pagar diez dólares extra. Diez dólares no suena tanto, pero en aquel tiempo diez dólares era todo. Mi madre no podía trabajar en cualquier trabajo por nuestro estatus migratorio. Tuvo que hacer limpieza de casas por varios meses.

Una luz de esperanza
Durante años, nuestra situación migratoria parecía convertirse en un obstáculo para nuestro éxito, especialmente para mi educación. Estando en la secundaria, mi mamá cuestionaba mi futuro. ¿Iba yo poder ir a la universidad? ¿Cómo mi estatus migratorio me afectaría en la universidad? ¿Tendré las mismas oportunidades que mis compañeros? ¿Cómo entiendo todo esto? ¿Qué iba pasar conmigo?, estas eran preguntas que nos hacíamos constantemente.

Parecía que me estaba quedando atrás. Miraba como mis amigos empezaban a trabajar y a obtener su permiso de manejo. Pero yo no podía. En mi último año de middle school, el programa de DACA fue creado. Cumpliendo los 15 años apliqué inmediatamente para ese programa. Cuando finalmente recibí los beneficios de DACA, pude obtener mi primer trabajo.

Sueños de universidad
En este momento, el único reto que queda es mi oportunidad de ir a una universidad ya que muchas universidades en el estado no aceptan estudiantes con DACA. Actualmente, yo estoy en la escuela de Early College donde me graduaré con un diploma de secundaria y un Asociado en Artes. Con unos años más de escuela, estoy en busca de becas para ir a la universidad. Siendo indocumentada no puedo obtener ayuda financiera del gobierno. Para mi, tener DACA significa que tengo que pasar mucho tiempo buscando becas a las cuales puedo calificar.

A veces me desanima cuando un requisito para una beca dice, ‘Debe ser un ciudadano de Estados Unidos’. Después de haber visto ese requisito tantas veces, fue frustrante y desalentador. A veces sentía que tal vez estaba soñando demasiado o que tal vez puse mis esperanzas demasiado altas.

Caminando hacia el futuro
Tengo 17 años. He estado en este país durante 12 años . Ahora temo por mi DACA y por el DACA de 600,000 beneficiarios de ese programa. Temo por mi permiso de trabajo, mi número de Seguro Social, y mi futuro en un país que he llamado hogar por más de una década. En una perspectiva más pesimista, podría ser deportada, mi madre podría ser deportada y millones de otros también. Podría perder mi trabajo y no poder ir a la universidad.

Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que el programa DACA hizo que se abrieran muchas puertas. Mi situación era sólo un obstáculo que tenía que superar como cualquier otro, y sabía que el resultado que obtendría, tendría una relación directa con el esfuerzo que ponga en hacer que las cosas funcionen.

Con o sin mi DACA, este es mi hogar, soy inmigrante, soy indocumentada, sin miedo y sin vergüenza de quién soy.

Ana García es miembro de la mesa directiva de El Centro Comunitario.

Periodista, editor, asesor, y presentador. De 2016 a 2019 el periodista más galardonado en Estados Unidos por los Premios José Martí. Autor del best seller: ¿Cómo leer a las personas? dbarahona@lanoticia.com