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En años pasados las carreras políticas en Estados Unidos eran regidas meramente por el concepto que cada votante tenía del candidato por quien quería votar. No se recaudaban miles de millones de dólares para emplearlos en campañas de odio, como hoy sucede. A un año de las nuevas elecciones presidenciales no nos queda más remedios que alistarnos para una tormenta de mensajes negativos y pocas propuestas por parte de los políticos.

En las pasadas elecciones el presupuesto gastado para las campañas políticas tanto de republicanos como de demócratas superó los cuatro miles de millones de dólares, dinero que fue donado por mucha gente que sigue a los candidatos, tanto gente rica como pobre, grandes corporaciones y pequeñas empresas son los que hacen posible estas campañas.

Desafortunadamente lo que hacen estas campañas masivas por los medios de comunicación no es ofrecer planes de acción, sino traer abajo el carácter moral de los contrincantes, vender la imagen obscura de cada candidato y así tomar la mente de los votantes para predisponer al votante a inclinarse por el que parece bueno a través de su propaganda, la cual invade nuestra privacidad saliendo a cada treinta segundos en medio de los programas más vistos en la televisión, la radio o el Internet.

El problema de estas campañas es que el que siempre gana es el que más dinero emplea en su campaña y no necesariamente el más competente o el más humanitario. Es por eso que hoy las sillas políticas están llenas de personas que, como en un concurso de belleza, quien gana es quien más pagó para su concurso, la que más gastó para su maquillaje.

Cuando esto ocurre nos estamos preparando para un colapso político, pues los que rigen la nación no saben llevar hacia adelante a un pueblo.

Cuando ganó Barack Obama tenía un carisma especial y se ha dejado querer por muchos. Hizo muchas promesas a mucha gente, incluyendo a los latinos, mediante campañas masivas les convenció que él traería una reforma migratoria integral para los indocumentados. Millones de familiares y amigos de los indocumentados salieron a votar porque creyeron en esas promesas que trajeron un rayo de esperanza para 11 millones de inmigrantes.

Ocho años después, no solo que la reforma no llegó, sino que su gobierno deportó a cerca de tres millones de indocumentados, era la primera vez en la historia de Estados Unidos que un presidente permitía una deportación tan grande como esa.

Es mi opinión hoy esto continua de la misma manera, el futuro de esta grande y amada nación enfrenta una crisis política bastante seria, ya que los que sigan subiendo al poder serán personas que por dinero puedan obtener un puesto y no por su conocimiento de gobernar. Si esto sigue, perderemos la oportunidad de tener líderes verdaderos que realmente busquen un cambio en favor de nuestra familias.

A un año de las nuevas elecciones presidenciales creo que lo que nos queda es investigar los planes de trabajo de cada candidato y ver si solo son promesas vacías o tienen posibilidades de ser una realidad. Debemos orar y pedirle a Dios misericordia por esta nación y rogarle que levante líderes con disposición y amor a la humanidad, que no se dejen llevar por la popularidad y la avaricia sino por el dolor y las necesidades del pueblo que vive en este suelo que es nuestro hogar.

Por tres décadas ha servido en su ministerio pastoral y en la organización Jesus Ministry. Presidenta de la Federación de Iglesias Cristianas. Autora del libro: El encuentro que me transformó