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“Señor, deja que diga la gloria de tu raza, la gloria de los hombres de bronce”.

El 19 de julio de 1902, el poeta mexicano Amado Nervo presentó una de sus más icónicas obras ante la Cámara de Diputados para honrar la memoria de Benito Juárez.

Pero 119 años después, aquel profundo sentimentalismo y evidente patriotismo del escritor nacido en Tepic, Nayarit, renovó su valor introspectivo al ritmo de la prosa de Sebastián Córdova.

El joven futbolista del Club América se convirtió en el motor creativo que materializó los sueños de una nación que más de un siglo después aún patalea para sobrevivir los estragos del milenario clasismo de su pasado.

Y por más que la identidad nacional haya sido metida con calzador para homogenizar culturalmente la diversidad de los pueblos originarios, el triunfo ante Japón renovó ese sentimiento de fraternidad que emerge después de una batalla.

Las heridas de la última guerra aún hacían escurrir la sangre por las vestiduras verdes.

Reconstrucción de México

Sin embargo, luego de caer en penales en las Semifinales ante Brasil, México levantó la cara, se sacudió el cochambre y tragó el veneno amazónico para digerir tan rápido como aprendió de su tropiezo ante los mismos nipones en la Fase de Grupos.

Porque si en algo se parece el futbol a la vida es que la revancha es eterna.  

Así, el Tri tuvo la suya de inmediato en la pelea por la medalla de bronce ante la escuadra que le pasó por encima en Fase de Grupos.

Tarea para nada sencilla al tratarse del equipo local en los Juegos Olímpicos de Tokio.

Mucho menos cuando -como denunció previamente el capitán mexicano Guillermo Ochoa- los del Sol Naciente tenían ciertas ventajas como hospedarse en un resort de lujo que contrastaba con las camas de cartón de la Villa Olímpica.

La táctica, la clave del bronce

Entonces, abalanzados en su determinación por ajustar cuentas pendientes, la selección de México aprendió a contrarrestar la presión y velocidad de quienes atacaban como katanas.

Los aztecas jugaron de uno o dos toques y brindaron generosos esfuerzos físicos para agobiar a los japoneses que fueron los iniciadores de peligrosos ataques del Tri productos de pérdidas de balón.

El entrenador Jaime Lozano comprendió que sus mediocampistas no podían estar muy lejos de sus defensas y ancló a Luis Romo.

Entonces, el refuerzo de reciente gloria con el Cruz Azul pisó con mesura la cancha rival y priorizó la labor defensiva para dar más libertad de generar juego a Carlos Rodríguez.

Y sobre todo, desencadenó a Córdova, cuyo espíritu libre levitó a placer a lo largo del rectángulo verde.

A Córdova se le podía ver caminando o en un sprint; con la pelota pegada al pie derecho o al izquierdo. Pero siempre tan estoico como lo ameritaba el momento.

Dándole un nuevo significado a La Raza de Bronce de Nervo.

Y no porque México terminara por vencer 3-1 a Japón con injerencia del americanista en cada gol, sino por ese rescate a la identidad que parecía perdida en los últimos años en un futbol azteca que entre la incertidumbre de las rotaciones sobrevivía de los chispazos de sus genios.

Medalla que sabe a gloria

Se trató de la quinta medalla en deportes de conjunto para el país cuya geografía lo ubica en Norteamérica y segunda para el futbol en nueve años tras el oro en Londres 2012.

La raza se reafirmó de bronce reinventándose esta vez en una cancha de futbol.

Brilló a través de ese valioso metal y regaló una parábola antropológica digna de la más bella poesía.

La selección mexicana fue mestiza, sincrética y potente, muy en sintonía con lo que fue a menudo Amado Nervo.

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Egresado de la carrera de Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón, UNAM. amendoza@lanoticia.com