A principios de febrero el presidente Donald Trump insinuó que El Salvador, Honduras y Guatemala no son “amigos de Estados Unidos” por no hacer lo suficiente para combatir el narcotráfico y para frenar su ola migratoria. Este es un reclamo vacío y carente de estrategia.
Desde hace algunos años decenas de miles de menores de edad cruzan solos por una peligrosa travesía hasta la frontera estadounidense. Estos jóvenes huyen de la pobreza y escapan de la violencia de las pandillas (maras) y el narcotráfico. ¿Cómo combatir este problema?, ¿cómo reducir la violencia infringida por estos grupos criminales? Un capítulo en la historia de Perú nos puede dar una pista.
Un grupo terrorista
A finales de la década de 1970 Perú tenía serios problemas económicos. La movilidad social era nula, es decir, quien nacía en un hogar pobre seguiría pobre toda la vida.
La burocracia, colocada por las clases dominantes para proteger sus intereses, hacía extremadamente complicado montar un negocio, legalizar un terreno o contratar a alguien, lo que obligó a muchos a vivir en la informalidad, cerrando así la posibilidad de préstamos o contratos, perpetuando el ciclo de pobreza.
Según un estudio del economista Hernando de Soto, en ese entonces los trámites para abrir un taller de costura tardaban 289 días, y costaban 31 veces el salario mínimo mensual, lo que ahogaba cualquier intento de crear nuevas empresas. Legalizar un terreno en Perú podía tardar hasta 15 años.
En ese contexto de desigualdad, pobreza y frustración popular, surge un grupo político marxista ultraradical que se convirtió en una milicia armada: Sendero Luminoso.
En 1980 el grupo perpetra su primer atentado terrorista contra una junta electoral en el departamento de Ayacucho, al sur del país. El gobierno tuvo una respuesta casi indiferente, lo que permitió que la guerrilla expanda sus operaciones en el centro del país, en donde recibieron cierto apoyo de la población.
Con el tiempo los atentados terroristas se intensificaron, así como los reportes de sangrientas matanzas contra comunidades indígenas. Para colmo, el ejército en más de una ocasión confundía a grupos campesinos con insurgentes, lo que ocasionó la muerte de miles de inocentes. En esa década muchos peruanos migraron de su país.
Punto de cambio
Para principios de los años 90 el centro de estudios Rand Corp. en un informe enviado al Departamento de Defensa de Estados Unidos, aseguraba que Sendero Luminoso era una organización casi invencible y que en dos años tomaría el control de todo el país. Se optó por la colaboración.
El gobierno peruano implementó varias reformas, por ejemplo, gracias a un convenio con Estados Unidos en 1991, se declaró que los cultivadores de hoja de coca no eran narcotraficantes, sino campesinos, lo que dio paso a una colaboración más efectiva de las zonas rurales con el ejército. Se creó una fuerza de choque conformada por 120,000 campesinos y 30,000 soldados.
Se redujeron drásticamente las trabas burocráticas, se avalaron miles de propiedades y se legalizó más de medio millón de empleos. La economía comenzó a cambiar rápidamente.
El grupo terrorista fue universalmente repudiado y combatido por todos los flancos. En septiembre de 1992 fue arrestado Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, dejando al grupo terrorista prácticamente derrotado.
Combatir efectivamente a las maras, o al narcotráfico en Centroamérica no requiere de reclamos vacíos, sino de un plan de colaboración múltiple que elimine las condiciones sociales de pobreza que nutren a estos grupos criminales. Una Centroamérica próspera, es una inversión que también le beneficia a Estados Unidos.